¿Cuantos planes de renovación urbana se han hecho para el centro de la ciudad?
A manera de entrada, no se puede olvidar que la renovación inconclusa de la carrera décima, de los años 50, dejó un borde inacabado y una evidente fractura en la traza continua del área céntrica, hacia el poniente. Esta obra, entre otras, obligó la demolición del Mercado de la Concepción y cercenó el Hospital Materno del Complejo Hospitalario San Juan de Dios, afectando relaciones funcionales y afectivas que siempre habían estado presentes.
Ciertamente, las políticas para el centro de Bogotá estuvieron orientadas a la recuperación del patrimonio edificado, en las décadas del 80 y 90. Desde finales de los años 90, el proyecto de ordenamiento territorial para la zona combina la conservación de este patrimonio con la renovación urbana de sus bordes y sectores vecinos. Dicha renovación va acompañada del propósito de lograr que la zona sea competitiva y se conecte con dinámicas globalizantes.
Como bien lo señala Alice Beuf (2013), el POT de Bogotá es un proyecto territorial híbrido entre la planeación estratégica y la planeación normativa. Se intenta un POT proyectual, pero la planeación de la ciudad no es capaz de desligarse de una larga tradición normativa. Éste marca un quiebre en la línea de conservación e integra la zona en referencia como una de las centralidades estratégicas de la ciudad: Centro Histórico-Centro Internacional.
Cabe aclarar que la producción de la centralidad histórica en Bogotá, se concentró en definir la Candelaria como único centro histórico y, a su vez, en excluir otros sectores que no obstante ser parte de desarrollos urbanos posteriores, poseían mérito suficiente para acceder a la misma categoría. Esta decisión de exceptuar lo deteriorado, popular y problemático, tuvo sus repercusiones en la mayor avería de las vecindades de la Candelaria. A su vez, un centro histórico tan pequeño, con una superficie ocho veces menor que la del centro histórico de Ciudad de México y tres veces menos que la de Quito, pierde relevancia en el conjunto de centros históricos de América Latina.
Los barrios circunvecinos del centro histórico, como el alto Egipto, Santa Bárbara, Belén y Las Cruces, pudieron ser integrados a los propósitos de la recuperación del área; pero, al contrario, se segregaron a través de invencibles barreras físicas. A los bordes del área llegará el proyecto Ministerios, el cual pretende devolver al centro histórico las estructuras burocráticas del Estado central que habían emigrado al CAN, en la época de la dictadura de Rojas Pinilla y años subsiguientes. El proyecto arquitectónico y urbanístico si bien recrea tipologías tradicionales, como el patio y el pasaje, desplaza 135 tipografías y varios almacenes de prendas militares. Tras el desalojo de grupos poblacionales, sigue la diáspora de prácticas tradicionales y, con ello, la pérdida de carácter de los territorios del centro.
A la avenida sexta, que separó el sur de la Candelaria del centro tradicional, se sumó la desestructuración urbana del barrio Santa Bárbara, una de las parroquias del período de colonia española. El proyecto de renovación del Banco Central Hipotecario -BCH-, concebido desde 1976 e implementado en los primeros años 80, demolió varias manzanas para acoger la Nueva Santa Fe y entidades del Estado. El desarrollo incompleto de esta iniciativa dejó, como resultado, lotes vacíos, los cuales inyectaron mayores problemas de inseguridad y deterioro. El Archivo Distrital se implantó en una de estas manzanas residuales, sin conexión alguna con la arquitectura ni la morfología de la zona, asunto que desestructuró aún más el antiguo barrio.
La renovación de la avenida Comuneros, un proyecto concebido 40 años atrás, se implementó entre los años 2005 y 2007. Aunque era evidente la necesidad de una conexión naciente-poniente, se recortaron tejidos céntricos como despedazando un plano. Según entrevistas realizadas por Beuf en la zona, el Distrito pagó a precios muy bajos (Beuf, 2013). Una de las consecuencias fue el desplazamiento de residentes, ahora más empobrecidos. La otra fue la ruptura del tejido urbano y la creación de una nueva barrera que ahondaba la segregación de Las Cruces. El barrio de San Bernardo, marcado con la cruz de la renovación urbana, no ha tenido mejor suerte y allí se deteriora, cada día más, esperando una renovación que no llega.
La avenida de los Cerros o Circunvalar, a su vez, separó la parte alta del viejo barrio de Egipto y disgregó la relación de la antigua iglesia, atrio y plaza con Egipto bajo, creando una nueva barrera en la dirección del naciente. En el mismo centro histórico, al poniente, la franja entre las carreras décima y Caracas, concebida desde tiempo atrás como de renovación masiva, fue adoptada, en el mismo y equívoco sentido, por el Plan Zonal del Centro. Dicha franja, llamada por Alfredo Máximo Garay, exgerente de Urbanismo de la Comunidad de Buenos Aires y Asesor del Plan de Revitalización del Centro Tradicional de Bogotá, en el marco de la Cooperación Técnica del Banco Interamericano de Desarrollo BID-, como el “zoning” o zonificación del centro, no ha logrado despegar, como se esperaba.
La demolición del Cartucho y, en su reemplazo, la introducción forzada de un parque impuesto a un urbanismo de manzanas, paramentado (es decir, alineado por el frente de los solares) y de calles duras, demuestra el fracaso de la renovación masiva en la zona. Samuel Jaramillo (2007) (citado en Martínez, 2016), cuantifica la inversión en la renovación del Cartucho, para el período comprendido entre 1999 y 2005, en 99.624 millones de pesos (según fuentes de Planeación Distrital), suma que actualizada a precios de 2015 se eleva a $ 146 mil millones. Jaramillo advierte que los datos del año 2005 están incompletos (Martínez, 2016). Y el estudio no considera los gastos de los años 2006 y 2007.
Ahora, cuando pareciera se extienden estas fallas del Tercer Milenio a la renovación masiva del Bronx, no sobra decir que el efecto en la recuperación socio-económica del centro, inducida por la renovación del Cartucho, es bastante moderado. Así lo demuestra el investigador del CEDE de la Universidad de los Andes, quien señala que después del 2000 y hasta el año 2005 no se construyeron oficinas, la construcción de vivienda disminuyó en un 50% con respecto al período inmediatamente anterior (1997-1999), y lo único que se incrementó fue la construcción de locales comerciales (Martínez, 2016). Se trata, pues, de una operación costosa, ineficiente y cuyos resultados urbanísticos son muy desfavorables.
El Distrito Creativo que allí se implementa, hoy, basado en la llamada Economía Naranja, no parece resolver los problemas de fondo de la zona y excluye los comerciantes de siempre, pieza clave de la revitalización del área. De nuevo, la actividad parece impuesta en un sector con una vocación de comercio popular y bodegas, que se ha consolidado a lo largo de casi medio siglo. Aunque es necesario esperar para conocer los resultados concretos de esta experiencia, la mezcla de desalojos con moda y conciertos para hipsters, pareciera ocultar una intencionalidad de elitización del sector.
Al norte, la reforma del POT, de 2004, libera a la renovación urbana la colonial parroquia de Las Nieves. La estratégica localización de este barrio, entre La Macarena, el Centro Internacional y la Candelaria, además de sus lotes amplios, ha resultado muy atractiva para la construcción en altura. La veloz transformación del barrio es celebrada por los constructores, las universidades que allí se localizan y otros actores más. Este imparable proceso, sin embargo, tiene algún freno en múltiples bienes de interés cultural. Preferible haber prefigurado una transformación que definiera un rol más claro para estos bienes, en un barrio en franca modificación.
¿En qué se diferencia el Plan Especial de Manejo y Protección del Centro Histórico de los anteriores?
Podría decirse que el plano de Bogotá Futuro (1923-1925) constituyó el primer intento de modernización de la ciudad, bajo los parámetros de higiene, belleza y eficiencia. Aunque éste se había considerado siempre como de ensanche, José Miguel Alba insiste en que lo fue también de renovación del centro. Alba dice que, aparentemente Brunner lo acogió en sus propuestas de 1934-1935 y que, sin duda, contribuyó a que la ciudad desarrollara nuevas y mejores formas para la obra pública (Alba, 2013). Aunque posteriormente el centro fue tratado en una docena de planes de ciudad, en este texto se ampliará exclusivamente lo correspondiente a los últimos tres planes: el Plan Especial de Manejo y Protección–PEMP-, hoy en construcción, el Plan de Ordenamiento Zonal del Centro de Bogotá, del 2007, y el Plan de Revitalización del Centro Tradicional, del 2015. Aspiro a que este ejercicio comparativo, ayude a responder la pregunta de OPCA.
Conviene anotar que el gobierno central se embarcó en los planes especiales de centros históricos–PEMP-, que había obligado la Ley General de Cultura, sin una evaluación pormenorizada de la experiencia inmediatamente anterior: la reglamentación de centros históricos, la cual contó con la colaboración de la Unesco y la participación de académicos de la Universidad Nacional de Colombia. No se tuvo a mano tampoco un estudio previo de la larga y rica experiencia de las capitales de Latinoamérica, en este tema, y que confluye en lo que, acertadamente, podría llamarse un Laboratorio de Centros de la región. Lo que es peor, no se entendió que los PEMP son planes de escala intermedia, que actúan en el ordenamiento del territorio y están relacionados con los asuntos de reforma interior.
Así, un tanto a ciegas, se definió su alcance y contenido en el artículo 14 del Decreto Nacional 763 de 2009. Una metodología no soportada en el entendimiento de la complejidad espacial y la diversidad cultural, no propicia el reconocimiento de las múltiples dimensiones allí presentes y sus intrincadas relaciones. Tampoco es capaz de registrar las contradicciones que la zona alberga, como por ejemplo, la indiscutible concentración de la riqueza histórico-cultural y, simultáneamente, la pobreza socio-económica de buena parte de la población que allí reside (Carrión, 2001: 96). A esta aproximación se le dificulta, también, examinar las peculiaridades de cada ámbito de un centro heterogéneo y su singular manera de habitarlo.
Este plan especial es ante todo un proyecto normativo y burocrático y, por ello mismo, el faro y la energía se ponen en la producción de una norma y no en la rehabilitación práctica de los centros históricos colombianos. Entre otras dificultades, su idea de territorialidad es limitada, no se incorpora el concepto de transversalidad e integración de la intervención, los procesos de evaluación periódicos son escasos o inexistentes y la participación es meramente formal (Martínez, 2018a). Todo esto aleja el PEMP de la vocación de gobernanza propia de los planes de centros históricos de América Latina.
La gran mayoría de los PEMP no considera la vivienda, la movilidad sostenible ni las economías populares, como ejes vitales de la intervención económica y social del centro histórico y los territorios que le son vecinos. En el PEMP no es obligatorio el estudio de la forma urbana ni la apropiación o definición de instrumentos para la intervención y la gestión. Como prueba de su falta de operatividad, varios de estos planes están engavetados, asunto que obliga a pensar en la necesidad de un debate calificado e independiente, de cara a su futuro (Martínez, 2018b).
Esta es, pues, la metodología que sigue el PEMP para el Centro Histórico de Bogotá, iniciado, según informó la propia administración, en el último trimestre de 2016. En línea sólo están disponibles, para la consulta pública, exposiciones en Power Point o pdf, lo cual limita la crítica seria de dicho proyecto. La presentación del documento de avance (marzo de 2018), que sirve de base a mis respuestas, al menos en lo formal, permite vislumbrar el interés de parecerse al Plan de Revitalización del Centro Tradicional -PRCT-, del gobierno anterior de Bogotá (IDPC, 2018). Si la intencionalidad es superar las carencias de la metodología PEMP que impone el gobierno central, ¿cuáles son los argumentos que soportan el cambio de plan?
Algunas entrevistas con los directivos del Distrito Capital, en medios de comunicación, dejan entrever una inclinación a la renovación pura y dura de los barrios comprendidos en el perímetro del nuevo centro tradicional y localizados por fuera del centro histórico, por supuesto, conservando hitos arquitectónicos. Si esta apreciación es correcta, ¿cuál es la razón, entonces, para no utilizar el Plan de Ordenamiento Zonal del Centro de Bogotá –POZCB-, el cual está vigente? Aplicar un instrumento de conservación, como el PEMP, para la renovación masiva de extensas áreas por fuera del centro histórico, ¿no generará, acaso, algún desfase?
Cabe anotar que es sugestiva la nueva delimitación del centro histórico no sólo por las relaciones funcionales y culturales que determina la historia –a pesar de las fracturas urbanas- sino también porque allí se abarca la construcción, en el tiempo, de un espacio público de calidad, que se configuró entre los ejes de las carreras séptima y octava y las calles diez y once. Adicionar el barrio de Las Cruces, con un desarrollo urbano posterior, sin duda, es sensato. Existen trabajos anteriores –de la academia y el Distrito Capital que merecen continuidad y, asimismo, se trata de un patrimonio en riesgo.
Parece menos atractivo, en todo caso, el amplio límite del centro tradicional, que abarca más de 900 hectáreas y que torna más borrosa y dispersa la acción del IDPC. Este problema remite a las teorías de la conservación urbana, en lo concerniente a las zonas de amortiguamiento (buffer zone), zonas colchón o áreas de influencia de un bien cultural. Se mantiene enorme confusión en el Ministerio de Cultura sobre este problema teórico y práctico y desconozco si desde el PEMP se puedan ofrecer claridades al respecto (Martínez, 2018). Aunque es una base importante, la historia urbana no es suficiente para la delimitación del área de influencia del centro histórico. Entre otras variables, está en el medio la autonomía del Distrito Capital en el gobierno de su territorio.
En la misma presentación, hasta donde puede verse en este formato, después de dieciocho meses de diagnóstico, el análisis que se deriva de la matriz DOFA desaprovecha diagnósticos anteriores, que van más lejos. No existe estrategia alguna que le de forma y cohesión a una colección de proyectos ajenos, sobre los cuales el IDPC no parece tener injerencia alguna. No es clara tampoco la intencionalidad de proyecto urbano ni el tipo de intervenciones para los distintos tejidos urbanos allí presentes.
Es probable que algunas de estas carencias se hayan solucionado más adelante, pero lo que sí parece riesgoso es pretender planificar a 50 años el centro histórico de Bogotá, con un plan cerrado, correspondiente a conceptualizaciones de otros momentos históricos. Habría que preguntarse, finalmente, ¿cuál es el modelo de centralidad histórica que pretende producir este PEMP? ¿Cuál es su estrategia territorial en el momento? ¿Cómo se interrelacionan las intervenciones públicas y privadas productoras de centralidad?
Por su parte, el modelo territorial del Plan de Ordenamiento Zonal del Centro de Bogotá –POZCB-(2007-2009) está orientado a producir una hipercentralidad conformada por un centro histórico simbólico y un área de centralidad funcional: El Centro Internacional y Las Nieves. Esta debería conectarse con otras operaciones estratégicas: Fontibón-El Dorado-Engativá y el Anillo de Innovación. Se constituye, así, en el modelo del POZCB, el Eje Centro- Aeropuerto. Se trata de un ambicioso plan que abarca una superficie de 1.730 hectáreas, correspondiente a 4 localidades, 9 Unidades de Planeamiento Zonal y 591 barrios. Tiene una población flotante de 1,7 millones y sus residentes son 259.587 personas, de los cuales el 73% se encuentra en los estratos 2 y 3 y el 13,8% en la línea de pobreza. Hay aquí 70.001 hogares distribuidos en 48.696 viviendas (SDP, 2007).
Este modelo territorial combina dos intervenciones opuestas, la conservación para el centro histórico y la renovación de sus bordes y de los barrios vecinos. En efecto, la UPZ Candelaria, derivada del POZCB, propone la renovación de la carrera décima, de la avenida sexta y aún de la avenida Jiménez. Si bien en la décima es necesario un nuevo borde urbano que concluya la renovación inacabada de los años 50, es imposible renovar la Jiménez y dudoso aplicar este tipo de intervención al sector suburbano de la sexta. La periferia sur del centro tradicional, con excepción de los grandes hospitales y unas pocas cosas más, es borrada y reemplazada por torres en el proyecto de Ciudad Salud. Esta propuesta puede ser interesante para el logro de complementariedades en el archipiélago hospitalario, pero su urbanismo necesita otra mirada más considerada con la historia y el patrimonio cultural de la zona.
La franja décima-Caracas, es definida como de intervención prioritaria. Allí, el Centro Comercial San Victorino, se ofrecía como la primera renovación pública, pero ni éste ni la renovación masiva de la zona han dado, al menos hasta ahora, los frutos esperados. De los corredores ecológicos y centros de barrio, pensados como posibilidad de superación de la marginalidad y mejora local, sólo se avanzó en Las Cruces-San Bernardo, exclusivamente con la restauración de la Plaza de Mercado, obra que no fue concebida para impactar económicamente el entorno (Beuf, 2013).
Como lo señala Alice Beuf (2013), la estrategia para enfrentar el deterioro es el repoblamiento del centro. Se propone, pues, la llegada de 250.000 habitantes, en unas 70.000 viviendas nuevas. El problema es que la urbanidad de la periferia, con edificios anodinos y conjuntos cerrados, se traslada al centro. Este es el patrón de actuación de inmobiliarios y constructores, los cuales necesitan de lotes de gran tamaño para la obtención de la mayor rentabilidad posible. Es evidente que la periferización del centro, destruye la morfología de unos sectores minusvalorados, entre otras, por su alto grado de deterioro. La administración distrital instauró mesas de trabajo temáticas e hizo esfuerzos varios para lograr la participación ciudadana; sin embargo, la presencia de los habitantes, en estos espacios, siempre estuvo mediada por la desconfianza y el miedo a ser expulsados. Importantes dificultades operacionales de la Empresa de Renovación Urbana, han impedido que avance la acción de este Plan de Ordenamiento Zonal.
Miguel Hincapié, subdirector General del IDPC y director del Plan de Revitalización del Centro Tradicional de Bogotá, se explicaba la escasa implementación del POZCB por la prevalencia de proyectos de renovación urbana, con perspectiva inmobiliaria, sobre proyectos que vinculan valores socio-culturales y económico-locales; ordenamiento centrado en la funcionalidad más que en el reconocimiento y valoración de las dinámicas propias del centro tradicional; carencias en la territorialización de presupuestos, que profundizan el deterioro y la segregación de la zona sur del centro tradicional; y protección del patrimonio cultural centrada en la conservación de inmuebles, a partir de un enfoque meramente normativo (Hincapié, 2015).
La naturaleza de los problemas del centro tradicional de Bogotá, obligaba, en junio de 2012, a superar la visión reductivamente normativa de la protección del patrimonio cultural, para adoptar una visión más compleja y ambiciosa del centro histórico y sus vecindades. En el marco de la Operación Centro Ampliado, enfocada en la revitalización urbana, el Plan de Desarrollo Bogotá Humana (Acuerdo 489 de 2012), priorizó el proyecto Plan de Revitalización del Centro Tradicional –PRCT-, concibiéndolo como un proceso permanente y sistemático de generación de conocimiento, planeación, gestión y apropiación ciudadana, construido desde los actores del territorio.
Consecuentemente, la aproximación metodológica de este proceso parte de la identificación y reconocimiento de los tejidos sociales, las identificaciones culturales de los habitantes con su territorio, la conformación de redes ciudadanas y el entendimiento de las visiones de futuro de la población, para encontrar, así, los caminos de consolidación, mejoramiento y reutilización del centro. El Plan procura la articulación con las propuestas exógenas derivadas de apuestas públicas y privadas. Además del enfoque de la revitalización urbana, la otra perspectiva que orienta conceptualmente el proyecto es la noción de Paisaje Urbano Histórico.
Germán Téllez se refiere al Plan de Revitalización como instrumento de orden múltiple y variado para un centro urbano complejo. Bien entiende la dimensión de éste, al señalar que aquí no hay nada engañoso ni un afán totalitario o de grandes e imposibles proyectos urbanos. Téllez dice es un plan remedial y casi cotidiano. Piensa, entonces, que se trata de una revitalización extrema de la heterogeneidad del centro tradicional y de una acertada respuesta a la complejidad caótica de la historia reciente del centro, con una serie heteróclita de proyectos e iniciativas que no podría ser más variada. Buen punto, sin duda (Téllez, 2016).
El Plan de Revitalización del Centro Tradicional está concebido como pieza clave de un cambio de modelo urbano a la vez que laboratorio de ciudad. En efecto, el modelo expansivo de crecimiento de la ciudad ha sido cuestionado, ante todo, por sus implicaciones económicas, sociales y ambientales. El regreso a la ciudad construida constituye un modelo alternativo que se basa en el desarrollo compacto y la rehabilitación y reutilización de las estructuras arquitectónicas y urbanísticas existentes, entre otras, porque se les reconoce no solo su valor económico sino también cultural. Este Plan explora, genera conocimiento, evalúa y valida a la vez que apropia o define instrumentos de planificación y gestión y asume actuaciones y proyectos a distintas escalas, casi simultáneamente.
Entendido como proceso de planeación- acción, no tenía como objetivo final la expedición de un acto administrativo. De hecho, la norma dibujada que se adelantó, inició tardíamente y no alcanzó a ser concluida. Este proceso no parte de cero, al contrario, recoge los avances previos realizados por la Corporación La Candelaria y las actuaciones y estudios tempranos del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, tanto como los proyectos coincidentes del POZCB y planes anteriores, los cuales integra en su narración y trama urbana, sumándoles valor.
José María Ezquiaga (2015:20), asesor internacional, decía que el plan “[…] pretende responder a la complejidad espacial y social de la ciudad desde un entendimiento asimismo complejo de las técnicas e intervenciones urbanísticas y un estilo de gestión flexible en el marco de estrategias fuertes, capaces de funcionar como hojas de ruta y suscitar un amplio respaldo social”. Las estrategias temáticas tienen resultados concretos, en el territorio, de distintos impactos y ellas son: Desarrollo local y endógeno, Recuperación habitacional integral, Renaturalización, Integración espacial y Movilidad sostenible y Recuperación del patrimonio cultural. Las estrategias se concretaban en el territorio a través de Proyectos de borde, Proyectos sobre ejes estructurantes de la trama urbana y Programas transversales. Se trata de un Plan diseñado y dibujado, cuyos proyectos tienen por base los catastros oficiales, cuentan con presupuestos, algunos con estudios de cierres financieros y están articulados a los presupuestos oficiales, lo cual permite acercar, temporalmente, planificación y ejecución.
¿Qué beneficios concretos supone el plan para la ciudad?
El estudio histórico y de valoración constituye en sí mismo un beneficio. La nueva delimitación del centro histórico es saludable y podría contribuir a un mayor cuidado de los barrios Santa Bárbara y Las Cruces. La pregunta sería, ¿cómo se usa este estudio en la propuesta de las intervenciones de la zona?. Según entendí, a partir de entrevistas de prensa, el PEMP se hace principalmente para cumplir con un trámite burocrático en la Nación, ¿podría ser considerada su aprobación como benéfica?
Al parecer, el PEMP continuó el trabajo de una norma dibujada que provenía del Plan de Revitalización del Centro Tradicional, de la anterior administración, la cual alcanzó, antes, un desarrollo del 50%. Su propósito era superar la tradicional norma de coeficiente y, en cierto modo, genérica, justo para tener un instrumento que coligiera la diversidad del centro y, a la vez, hiciera más ágil su aplicación. Para lograrlo, su base era un meticuloso estudio morfológico que se asentaba en múltiples simulaciones urbanísticas y se articulaba al trabajo de Micro-Territorios, resuelto con las comunidades del centro. Precisamente, esta tarea colaboró en las posteriores definiciones de Unidades de Paisaje e hizo parte de la reinauguración, para el centro, de los planes diseñados y dibujados.
Podría decirse, entonces, que el PEMP del centro histórico de Bogotá, al menos en este aspecto, supera la norma del gobierno nacional. El reto ahora es cómo articular, de la mejor manera posible, dos metodologías y dos concepciones de la centralidad histórica. O, alternativamente, ¿cómo se asume este plan híbrido?
En todo caso, el PEMP está en proceso de elaboración. Dado que se trata de un Plan-Libro, hasta tanto no esté concluido y se encuentren disponibles sus documentos técnicos finales, es difícil prever, a cabalidad, sus beneficios.
¿Cómo se articula el PEMP al POT?
Existe, hoy, una feliz coincidencia: se elaboran al mismo tiempo el PEMP y el POT, lo cual permitiría integraciones saludables. El problema es que ambos planes son complejos y ninguno de los dos está exento de dificultades y presiones evidentes para su conclusión. En estas circunstancias, lo más normal es que cada uno se concentre en lo suyo y se compliquen los convenientes debates entre todos. Hasta donde entiendo, el POT no interviene en la zona de competencia del PEMP. Y esto sí que es delicado: regresamos a épocas lejanas en las cuales el ordenamiento general dejaba en blanco el centro histórico para asignarle normas especiales de conservación, con lo cual se perdían oportunidades inigualables para el centro.
No se puede negar, tampoco, que se trata de una administración que sigue asumiendo la renovación masiva como el remedio universal para la intervención de la ciudad construida. En este sentido, es probable que la conservación de La Candelaria y la renovación de los sectores periféricos al centro histórico, a la manera del Plan de Ordenamiento Zonal del Centro, constituyan puntos de encuentro del POT y el PEMP.
Escuché, al inicio del POT, que existía interés, de los sectores Cultura y Planeación, en la depuración de los catálogos del patrimonio inmueble. Esta es una tarea dispendiosa y delicada que no sé si, ahora, pueda llegar a buen puerto. Las exclusiones que adelanta el Consejo Distrital de Patrimonio Cultural, por lectura de algunas actas, sin mayores sustentos técnicos, han sido problemáticas. Supongo, el debate público al respecto y la intervención de la Procuraduría General de la Nación, han devenido en desánimo para los consejeros, en su tarea de exclusión.
Uno de los aciertos en la gestión del patrimonio cultural bogotano, es la definición de sectores de interés cultural –SIC-; sin embargo, la última disposición legal que los regula no fue capaz de desprenderse de la tradicional norma predio a predio, base de la protección patrimonial en la ciudad. Tarea fundamental e inaplazable es el reemplazo del Decreto 606 de 2001, cuya área de aplicación está por fuera del centro histórico, pero que incluye el sector normativo de Las Cruces (Santa Bárbara, Belén, Las Cruces y Lourdes) para asumir, de mejor manera, la problemática urbanística de estos sectores, incluir la historia y la geografía irrepetibles y, así, las nociones de paisaje que permiten valorar también el patrimonio inmaterial que cualifica y diferencia los entornos urbanos. El trabajo quedó adelantado, en un 40%, en 2015.
En todo caso, si no es posible compaginarse, ahora, la Ley 1185 de 2008 previó mecanismos para la integración obligatoria de los PEMP a los POT (Artículo 7º, numerales 1.3 y 1.5). Confío, no obstante, en que se ofrezcan debates amplios y calificados acerca del PEMP, previo a su inclusión formal en el POT. Deseable que la incondicional alianza Nación-Distrito, no imponga, pues, un mal plan para el centro.
¿Cuál ha sido la respuesta comunitaria frente a este nuevo plan?
Boletines del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (consultados en línea el 8 de septiembre de 2018 en AQUÍ y AQUÍ ), indican que la entidad se esfuerza para atraer a la población residente, al proyecto del PEMP. Existe buzón virtual y real para recoger las ideas de los ciudadanos frente al centro que anhelan. Este mismo tipo de información señala que se han adelantado múltiples reuniones y talleres. No obstante, la información que pude obtener de líderes de la zona, justo para esta encuesta, es que no se sienten partícipes del PEMP ni ellos ni los habitantes de la zona.
¿Cuál ha sido su participación?
Un repaso a la metodología de los PEMP, del gobierno nacional, permite decir que ella está hecha para la divulgación e información acerca de los avances de este proyecto más que para una real y plena participación de los ciudadanos, que recoja y procese sus demandas plurales. Y es que no es fácil este tema en Colombia. A pesar de los importantes adelantos derivados de la Carta Política de 1991, seguramente la democracia representativa traslada el problema a otros. No pareciera haber llegado todavía el momento de desautorizar la opacidad burocrática y substituirla por la transparencia, la flexibilidad y la participación ciudadana directa.
Múltiples razones, entre otras, la discontinuidad en el trabajo, hacen que no sea fácil la motivación hacia los moradores del centro histórico y barrios vecinos así como aquella focalizada a otros actores de la zona, alrededor de un instrumento de conservación del patrimonio cultural. La gestión burocrática del área, las promesas no cumplidas y el inicio de nuevos planes con cada gobierno que arriba, han aumentado la desconfianza de líderes y ciudadanos.
En todo caso, habría que indicar que la administración de Enrique Peñalosa recibió un proceso ciudadano que se inspiraba en una nueva cultura de la gestión pública. Este se soportaba en la integración o reconocimiento de la pluralidad de intereses presentes en el área; la concertación o construcción de una estrategia compartida; la cooperación entre diversos actores del centro tradicional; y la transversalidad para integrar las visiones locales y sectoriales de la administración, los residentes, artistas, intelectuales, negociantes, inversionistas y otros. El cambio de plan afectó este proceso creciente y, al parecer, la población del centro no se siente identificada con el nuevo plan: el PEMP.
¿Cómo será el centro de Bogotá en 10 años?
No es fácil adivinar el futuro, entre otras razones, porque variables y agentes externos a veces tuercen, y de qué modo, las más evidentes tendencias. Una certeza es que la cuestión de los centros históricos y tradicionales es cada vez más relevante en la planeación de las ciudades y el ordenamiento del territorio, en América Latina. Esto es, el tema llegó para quedarse.
El centro tradicional de Bogotá, sin embargo, por fuera de La Candelaria, presenta innegable tendencia de deterioro, cuya reversión no es fácil y exige ingentes recursos. Una de las consultorías aportadas por el BID, para el Plan de Revitalización del Centro Tradicional, arrojó un aproximado de 4 billones para 470 hectáreas, que incluía, también, tareas en la misma Candelaria. Importante convencer a los candidatos a la Alcaldía de Bogotá de una apuesta enérgica por la zona, así sea a través de empréstito de la Banca Multilateral, como lo han hecho variadas capitales de la región. Si el discurso actual del urbanismo es la reutilización de las estructuras urbanas existentes, imposible seguir entendiendo la renovación masiva como la pócima mágica que resuelve delicados problemas sociales de las periferias del centro histórico de Bogotá. La verdad es que la experiencia renovadora, en el centro, con resultados pobres hasta la fecha, solo ha servido para fracturar y deteriorar aún más la zona. Intervenciones más ricas y más acordes con su historia y paisaje, pueden ofrecer una salida a estas estructuras urbanas, y permitir, a la vez, la movilización inteligente de rentas urbanas.
Si se logra superar la renovación arrasadora y la trampa de una economía naranja que no aprovecha los recursos endógenos del área y el potencial creativo de la gente de la zona misma, soy optimista frente al centro y pienso que en diez años tendrá un claro camino de revitalización.
¿Cómo entiende usted el concepto de patrimonio? ¿Para qué sirve? ¿Qué tensiones existen frente a él?
Pienso que a lo largo de las respuestas he presentado mi particular visión de este tema, por lo demás, muy ligada a la conservación urbana y la intervención y reutilización de la ciudad construida. Sin pretender una definición exhaustiva, resumiré, aquí, para el debate, algunas líneas de trabajo:
1. De los objetos monumentales al proceso de producción, circulación social y apropiación del patrimonio cultural
La concepción inicial, restringida, singular, monumental y artística que inspiró las actuaciones orientadas a la protección del patrimonio cultural en el SXIX, fue superada durante el SXX con la incorporación del concepto de valor cultural, que guarda relación con el reconocimiento y aprecio de la sociedad hacia este patrimonio. En los últimos tiempos, por fortuna, se ha venido consolidando una visión amplia y plural del patrimonio cultural, que valora manifestaciones materiales, inmateriales y testimoniales de las distintas culturas, sin establecer límites temporales ni artísticos (Arango, 2015).
“La exploración sobre el patrimonio ha evolucionado desde objetos monumentales y arquitectura hacia visiones más amplias e incluyentes y ha dejado de centrarse exclusivamente en el significado interno de los objetos, para pasar a ocuparse del proceso de producción, circulación social y de los significados que distintos actores atribuyen a lo patrimonial. (Prats, 1997; Arrieta-Urtizberea, 2009)”, citado en Cabrera y Vidal 2017:393).
En este sentido, Mauricio Montenegro (2010) propone un enfoque de lo patrimonial que se concentra en el cambio de lo pasivo a lo activo, de la propiedad y tutela de un acervo cultural a la actividad de apropiación y uso, asumiendo, así, una actitud de rechazo a la simple salvaguarda, para estimular, mejor, lo vital del patrimonio: su poder para revitalizar los espacios físicos y las comunidades y tejer futuro. Esto es, del patrimonio concebido como acervo se ha girado a un patrimonio que se rehace y reinventa, teniendo como base la tradición. La ciudadanía, por su parte, cada vez se interesa más en el tema, seguramente porque
“[…] la identificación del patrimonio cultural es, en sí misma, un acto político, por su relación simbólica con la cultura y la sociedad en general” (Cabrera y Vidal, 2017:395).
En Colombia, los progresos recientes acerca de los derechos culturales, que han tenido como base la Constitución de 1991, valoran el pluralismo en todas sus formas y reconocen la diversidad como principio constitucional (Uprimny y Sánchez, 2012), asuntos que han venido a sumarse a la comprensión misma del patrimonio inmaterial. Ligado a los derechos de minorías y comunidades étnicas, como lo destacan los autores, hay algunas demandas reivindicativas; sin embargo, no se podría decir, todavía, que el patrimonio cultural se haya convertido en argumento ciudadano de cohesión social y reclamación ciudadana.
2. Un siglo de conservación urbana
Por su parte, la conservación urbana es una idea moderna, ligada a un pensamiento de continuidad de la ciudad y a que la cultura urbana nos pertenece a todos. Camilo Sitte (1843-1903) asume la ciudad como continuo histórico, que debe entenderse en su desarrollo morfológico y tipológico. Aunque Sitte es una figura decisiva en el urbanismo moderno y la conservación urbana, según Choay, Gustavo Giovannoni (1873-1947), alumno de Sitte, definió una propuesta técnica que es la base de la conservación urbana y es él quien acuñó el término de patrimonio urbano. Desarrolló una completa metodología para la aproximación e intervención de la ciudad histórica (Bandarin y Van Oers (2012). Giovannoni propone un sistema de planeamiento integrador que entiende la ciudad histórica en relación con otros centros que estarían en capacidad de asumir funciones que ya no caben en aquella. En cambio, ésta, por su riqueza cultural, jugaría el papel de centro de la vida social. Valora los tejidos urbanos y las arquitecturas llamadas “menores” y continúa el estudio de Sitte del desarrollo morfológico y tipológico de la ciudad histórica. Propone, incluso, la restitución de tejidos urbanos y, a la vez, se preocupa por el mantenimiento de la población tradicional, rechazando la museificación de dicha ciudad histórica (Bandarin y Van Oers (2012).
El desarrollo del urbanismo como disciplina independiente, en la primera mitad del SXX, sentó las bases del concepto moderno de conservación urbana y su posible relación con un contexto más amplio así como con el entorno natural (fuente del pensamiento contemporáneo sobre la conservación urbana).
La propuesta del Paisaje Urbano Histórico (Unesco, París, otoño de 2011), cuestiona los últimos cincuenta años de la conservación urbana, caracterizados, por cierto, por la excesiva normativa e inflexibilidad en el tratamiento de los centros históricos. Esta noción surge, además, para acoger los principios del desarrollo sostenible y la diversidad cultural, asumir la existencia de la globalización, entender el centro como nodo de las artes y la cultura, y apropiar los cambios sociales, económicos y culturales de los últimos tiempos. Dicho concepto abarcador permite estudiar las distintas capas de información de los entornos urbanos (topografía del lugar, geomorfología y características naturales, entorno construido, infraestructuras, espacios abiertos, patrones de uso del territorio y organización territorial, relaciones visuales y demás elementos de la estructura urbana), integrar los diversos patrimonios culturales de los territorios, integrar el patrimonio cultural y natural, y articular de mejor manera el tratamiento de conservación del centro histórico a los tratamientos de consolidación y regeneración de áreas externas a éste. El Paisaje Urbano Histórico introduce, asimismo, los problemas de forma urbana, inevitables en la gestión de los centros históricos.
Aún así, José Luis Lalana y Fernando Carrión han dicho que le falta dar cuenta de complejos problemas sociales así como de los procesos de gentrificación en las áreas céntricas. Lalana dice, además, que se trata de un concepto cuya aplicación es excesivamente compleja. La discusión de las recientes experiencias que aplican la noción de Paisaje Urbano Histórico –entre ellas algunas latinoamericanas y de Bogotá misma- puede ser clarificadora en este indispensable debate. A mi modo de ver, se trata de una noción abierta, con capacidad de integrar dichos cuestionamientos y mejorarse. En todo caso, el campo del patrimonio cultural es dinámico y, en breve, seguramente estaremos discutiendo nuevos aportes y avistando nacientes horizontes.
3. La intervención de la ciudad construida
Aunque existen ejemplos de intervenciones urbanas en los cascos históricos, como la del barón de Haussmann, en París, en el SXIX, es a partir de 1960 que los planificadores urbanos europeos se preocupan, por fin, por la degradación de los centros históricos. En todo caso, las intervenciones del SXX son de mayor escala y más complejas y se caracterizan porque van más allá de los problemas estéticos y funcionales (Couch et al., 2003, citado por Iraegui, 2015). Aunque para algunos autores las ciudades británicas serían las primeras en iniciar estos procesos y para otros, las alemanas, constituye un hito en el pensamiento de América Latina, sobre el tema, la rehabilitación urbana del centro histórico de Bolonia (Italia). La intervención social y urbanística allí adelantada, bien se acomodaba a las necesidades de los centros históricos nuestros (no se pueden desconocer otras influencias).
Será a partir de la década del 50, cuando el continente europeo define políticas a favor de la rehabilitación y regeneración de los centros históricos. Así, pronto se supera la protección individual de edificios emblemáticos individuales, para ocuparse de barrios enteros, con un plan único. Fruto de una nueva concepción de hacer ciudad, enmarcada en el cuestionamiento al urbanismo expansionista, en los años 80 aparecen en España los primeros programas de rehabilitación, incorporados a planes urbanísticos (Hernández et al., 2014, p.131; Terán, 1984). Esta incorporación determina un cambio metodológico importante así como en las formas, escalas y herramientas con las cuales se aborda y actúa en la ciudad construida (Campesino, 1989: 9, citado por Iraegui, 2015).
Aunque los planes de ordenamiento general (POT, en Colombia), cada vez más, deben asumir con mayor precisión la forma urbana, los planes de reforma interior se necesitan en los centros históricos, con múltiples complejidades y en los cuales hay que potenciar un patrimonio degradado (Moya, 1999: 208-209). La recomendación es una intervención de rehabilitación o de revitalización o la combinación de ambas. Estas intervenciones, con variantes, ofrecen una tercera vía entre la renovación arrasadora y la conservación a ultranza. Asumir la escala intermedia de planificación y obtener provecho de los temas de reforma interior, puede ser una vía fructífera para trabajar, de mejor manera, los planes especiales de centros históricos colombianos, los PEMP.
Por otra parte, hay varios modos de intervención de la ciudad construida, entre los cuales nos interesa la rehabilitación urbana, la revitalización y la regeneración urbana integral. La rehabilitación urbana está orientada a poner a punto estructuras urbanas que habían perdido sus condiciones de calidad o funcionalidad; implica intervenciones físicas y de obra y esta noción comporta un regreso al estado original. Aproximadamente desde el 2011, se viene hablando de rehabilitación urbana integral, un concepto muy parecido al de regeneración urbana integral. Esta última se entiende como una actuación integral y simultánea en diversas dimensiones urbanas, sociales y culturales de un entorno urbano muy degradado (Véase Iraegui, 2015).
La revitalización, por su parte, es una actividad permanente que procura asegurar la vitalidad de los centros históricos y otros sectores urbanos, objetivo asociado a mantener su vigencia funcional y garantizar un buen estado general, siempre, teniendo en cuenta las necesidades de los moradores y de quienes trabajan y disfrutan estas zonas. Además de atender las necesidades cotidianas, en muchos casos considera acciones de rehabilitación de espacios públicos y privados, renovación y mejoramiento de infraestructuras y rehabilitación o reciclaje de equipamientos. Atiende, asimismo, la imagen urbana, la restauración del patrimonio edificado y la inserción de nuevas edificaciones (Covarrubias, 2009, citado por Arango (2015).