Para el 9 de julio de 1809, José María Salazar relata en las páginas del Semanario del Nuevo Reyno de Granada que la explanada de Santafé de Bogotá ocupaba: “Ocho leguas de extensión de Oriente a Poniente, y diez y seis de Norte a Mediodía”. Su descripción la presenta como una ciudad apacible y próspera cuando señala que “los campos están bien cultivados, el Trigo y la Cebada ofrecen cosechas abundantes, se producen hortalizas las más saludables, y podríamos connaturalizar mil frutos, que por inercia carecemos”. Adicionalmente, Salazar indica que para ese momento habitaban la ciudad: “veinte un mil quatrocientos sesenta, y quatro moradores, sin incluir en este cómputo los vagos y mendigos que no tienen domicilio seguro, ni el número de los transeúntes de que regularmente abunda”. Y describe a sus gentes en los siguientes términos: “el hijo de este clima es por lo común de un carácter amable, amigo de la novedad, muy hospitalario, y con un corazón tranquilo, en que influye no poco su situación política, apetece el reposo y la quietud”.
Esta imagen bucólica, lenta y provinciana, se nos presenta imposible comparada con la Bogotá del presente de más de 1800 km² y cerca de ocho millones de habitantes, resultado de años de uso y transformación de sus suelos y recursos naturales. De la repartición, la fusión y la división de sus predios. De dar soporte a una población que crece, se mueve y ocupa, al tiempo mismo que exige toda clase de bienes y servicios. De ser el laboratorio donde se han sobrepuesto cientos de proyectos económicos, sociales, políticos y urbanos. E incluso, de existir como mito, como representación y como idea de ser la capital de un país de regiones al que le ha costado trabajo convertirse en una Nación.
En síntesis, Bogotá, al igual que muchas otras capitales latinoamericanas, es un pequeño cosmos que integra varias herencias del pasado y conjuga múltiples promesas de futuro. Esto ha dado espacio para que disciplinas como la historia, la geografía, la arquitectura y la antropología produzcan enunciados entorno a ella. Sin ir más lejos, crónicas de conquista, relatos de viajeros, cuadros de costumbres, noticias de prensa, proyectos urbanos, mapas, censos, acuarelas, fotografías o porcelanas, resultan ser fuentes para pensar, proyectar o revisar los aconteceres de la ciudad. El patrimonio es uno más de estos filtros que se suma a lo construido, y que resulta importante en la actualidad porque es al tiempo mismo causa y consecuencia de un conjunto de acciones que inciden de forma directa sobre la ciudad.
Al considerar que el patrimonio es un campo de tensiones políticas que se alimenta de las aspiraciones comunitarias, los discursos expertos y los intereses económicos que moviliza, podemos entender que la materialización de este universo de relaciones se hace cotidiano en el territorio, y logra incidir en la vida de las personas no sólo como ilusión compartida, sino como parte central de las condiciones de reproducción de su vida material. Así, preguntas como ¿De qué hago parte? ¿Qué quisiera legar a futuro? ¿Quiénes, cómo y por qué razones se toman decisiones sobre lugares, objetos y prácticas que siento como propios?, son apenas algunas expresiones concretas de la complejidad de la vivencia cotidiana de la patrimonialización en los contextos urbanos.
Teniendo en cuenta lo anterior, en sintonía con los crecientes llamados de atención al gobierno de la ciudad sobre el manejo y la administración de lo común, y atentos a la seguidilla de proyectos, programas y planes de intervención que acaban al tiempo mismo que las administraciones y se renuevan los cargos públicos, decidimos utilizar como excusa el Centro Histórico de Bogotá para poner sobre la mesa una reflexión sobre el patrimonio como eje articulador de la planeación urbana y como derrotero de la definición de políticas públicas. Que hasta el momento aparecen confusos en el presente de la ciudad, o cuando menos, como un tema que está lejos de generar consensos.
En efecto, el análisis de la historia de la planificación de Bogotá, como anotaba Salazar Ferro (2007), es una historia de más de 60 años, en la que se pueden rastrear una multiplicidad de actos, que al no estar del todo articulados, han impedido la consolidación de una política coherente, y antes bien, han dado espacio para la creación de un “sistema hibrido de desarrollo progresivo”. De esto dan cuenta, cada uno a su manera, los aportes de Sandra Reina Mendoza (Coordinadora Académica de la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Facultad de Artes, Universidad Nacional de Colombia), María Eugenia Martínez (Exdirectora del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural IDPC de Bogotá, hoy consultora independiente en materia de planeación urbana y temas patrimoniales) y David Humberto Delgado Rodríguez (Director del Plan Especial de Manejo y Protección PEMP del Centro Histórico de Bogotá – IDPC). Estas contribuciones responden a una invitación directa realizada por OPCA a cada uno de ellos para dilucidar la cuestión y ambientar las particularidades de la discusión sobre el tema.
Este Boletín 14 incorpora además dos contribuciones que ilustran de manera clara otras aristas concurrentes -aunque no siempre explícitamente mencionadas-, de la realidad del Centro Histórico de Bogotá. Se trata de la perspectiva de los actores comunitarios y de los habitantes tradicionales del sector, cada uno marcando el territorio con sus rutinas y definiendo el ritmo del Centro Histórico como geografía urbana y social. El primer texto en este sentido es “¿Bogotá ya no busca fiesta, sino PCI? Reflexiones sobre la Fiesta de Reyes Magos del barrio Egipto”, una investigación realizada por Andrea Marcela Pinilla Bahamón y Enrique Rincón, que estudia las implicaciones de convertir esta festividad en una manifestación de la lista del patrimonio cultural inmaterial de la ciudad, guiados por la pregunta de ¿para quién y para qué son los procesos de patrimonialización?
La segunda contribución “La Bogotá de entonces no se ha perdido” El Centro Histórico visto desde adentro”, de Raquel Amaranta Cardoso Cárdenas, es un viaje de la mano de Pemán, un habitante “histórico” del Centro, que explora cómo, desde su relato vivencial y con toda la fuerza de su singularidad, calles, edificios, historias, leyendas, memorias y recuerdos, se entretejen generando una malla invisible que le da sentido a la estructura de las casas y edificios que ocupan esta zona.
Conscientes de que este boletín temático es sólo un abrebocas al tema, el Observatorio del Patrimonio Cultural y Arqueológico OPCA seguirá atento a la evolución del Plan Especial de Protección PEMP del Centro Histórico de Bogotá. Y en general, a la implementación de estos instrumentos de planeación y gestión en los diferentes centros urbanos donde se han realizado. Y más allá de esto, a la forma en la que este tipo de acciones encaminadas a la protección de un contexto físico se relacionan, impactan y transforman la vida de un conjunto de personas. Para el caso específico de Bogotá, veremos si este proyecto logra dialogar con el Plan de Ordenamiento Territorial POT y con los proyectos del orden nacional que se adelantan en la zona, si las comunidades reconocidas y también los grupos menos organizados se interesan y logran mejorar sus condiciones de vida, si la propuesta supera la división entre los componentes, las experticias y los lenguajes que se amparan bajo el término del patrimonio, y sobre todo, si estas iniciativas trascienden a los funcionarios que han decidido impulsarlas.
Retratar esta instantánea y proyectar el futuro cercano del Centro Histórico de Bogotá desde los estudios urbanos, las ciencias sociales y las humanidades es la intención de este número del Boletín OPCA, al tiempo que deja abierta la puerta para pensar cuatro puntos importantes. El primero, ¿Cómo funcionan los patrimonios en contextos urbanos en un campo en el que se le ha dado siempre prelación a lo construido frente a lo intangible? El segundo, ¿Qué repercusiones trae esto para las personas cuando el discurso patrimonial al tiempo que legitima a unos excluye a otros? El tercero, ¿Qué vigencia pueden tener este tipo de proyectos urbanos para las ciudades contemporáneas, entendiendo que el urbanismo es un ideal de la modernidad que propone grandes modelos motivados en buena medida por la vanidad de un área del conocimiento que siente que puede preverlo y controlarlo todo? El cuarto, ¿Cómo acercar estos proyectos al lenguaje del emprendimiento, el turismo y de las industrias culturales, que al movilizar grandes sumas de dinero pueden transformar de un solo brochazo la realidad en función de las exigencias del mercado?
Esperamos que disfruten este número y que en sus líneas puedan reflexionar sobre los cambios y las transformaciones que ha sufrido y que seguirá experimentando la ciudad y sus gentes, desde el recuerdo de esas descripciones bucólicas y provincianas de José María Salazar, a las proyecciones y controversias de una ciudad en la que el modelo urbano por el que se apuesta, con frecuencia pareciera transmutarse en concreto y asfalto, las llamadas obras públicas. Muchas de ellas ajenas a la gente.