1. El monumento y el presente
Una de las cuestiones centrales que plantea mi libro -y de allí proviene su título- es que contrario a lo que se suele pensar, los monumentos no han sido, ni serán lugares de consenso sino de disputa. El libro se centra en documentar los procesos de creación de la escultura pública desde sus orígenes republicanos que, en el caso estudiado, la Bogotá entre 1846 y 1910, mostraba el carácter conflictivo de las dinámicas de la conmemoración decimonónicas. Se hace énfasis en el momento de mayor auge de uso de este dispositivo, como lo fue la celebración del Centenario de la Independencia en 1910. Es así que a partir de las actas de esta junta, entre otros documentos visuales y textuales, se sacan a la luz los conflictos y contradicciones, no solo entre los miembros de la junta, los intermediarios, los artistas y otros sectores de la población, sino también entre la capital y las regiones y los vínculos que todas estas relaciones tienen con ese momento político.
En este sentido creo que el libro marca una pauta, que tiende a ser soslayada en las disputas monumentales contemporáneas: para entender la creación de estas obras (le sumaríamos: y su destrucción) es preciso trascender al personaje representado y atender la ideología, los intereses, las disputas por el presente de quienes las erigen (o las destruyen). Siguiendo la consigna planteada por el libro (en donde el lector no encontrará biografías de los personajes conmemorados sino los usos de esas biografías: qué se seleccionó y qué se omitió a partir de los intereses de los comitentes), lo que se discutiría, por ejemplo en el caso del monumento de Sebastián de Belalcazar, no es si éste fue o no un genocida o si derribar su estatua marca un hito en un proceso de descolonización, sino cuál es la coyuntura política y social que explica que el Movimiento de Autoridades Indígenas AISO le haga un juicio político y tumbe sus estatuas.
Es así que, también a partir de escuchar a miembros de la comunidad Misak y otros especialistas en derecho indígena, hoy se expande a otros sectores esta cuestión de comprender el “Derecho Mayor” de los pueblos indígenas de Colombia “como un principio de justicia más que un código y, como tal, no funciona bajo las mismas lógicas del derecho positivo estatal”1. Y con ello, que lo central en el derribo de la estatua de Belalcázar por parte de estos grupos es el reclamo de justicia, como claramente se establece en su circular “Marcha por la vida. Por el derecho fundamental a no olvidar a los que han sido asesinados” del Movimiento de Autoridades Indígenas del Suroccidente, Cauca, Colombia (2020).:
“después del acuerdo de paz firmado en 2016, más de 700 líderes sociales y defensores de derechos humanos han sido asesinados, entre ellos 270 son líderes de los pueblos indígenas y en lo corrido del 2020 van 53 masacres, esto sumado a la explotación indiscriminada de la madre tierra, el incumplimiento del acuerdo de paz, el incumplimiento de los acuerdos con el movimiento indígena, con los sectores campesinos, sociales y sectores populares del país. Urge más que nunca defender la vida, la paz, la Constitución política de 1991 y los territorios mediante la movilización social”.
Quiero decir con esto, que si bien la agenda de lo simbólico, de la memoria y de la historia son fundamentales, lo que nos enseña la historia de los procesos contenida en el Disputas Monumentales, es que lo que está en juego a largo plazo es la agenda política y las urgencias del presente y ello explica que estas y otras estatuas cayeran en este momento de movilizaciones y no en otro.
Circular convocando a la “Marcha por la vida” y marcha antes del derribamiento de la estatua de Sebastián de Belalcazar.
2. El poder de la imagen y el poder del registro
En el momento de su publicación, en julio de 2019, Disputas monumentales se enfrentaba con una dimensión común en este tipo de dispositivos de memoria, que no residía en su poder sino en la constatación de la pérdida de éste en la mayoría de los casos estudiados. Es así que justo un año antes el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, editor del libro, organizó una jornada de reflexión sobre las alternativas de acción ante la indiferencia y la falta de apropiación de este tipo de patrimonio por parte de los ciudadanos2 . La conferencia que dicté en aquel momento se titulaba “Los monumentos del Centenario en clave agonística” y lo que planteaba era que había que pensar estas obras desde una perspectiva agónica, basándome en la filósofa belga Chantal Mouffe (2014), cuya teoría se fundamenta en la imposibilidad de una sola forma de ver las cosas, en la necesidad de discusión como una relación en la que se reconoce la legitimidad de los espacios de diálogo, el derecho al disenso y la necesidad imperiosa de llegar a acuerdos que se respeten.
Esto resonaba en las conclusiones del libro, tituladas “De disputas y acuerdos”, en donde se planteaba la historicidad de la “vida” de las obras, que reúnen múltiples capas de sentido, en estrecha relación con los sentidos que van cobrando los lugares en las que están emplazadas. Es así que esa característica invisibilidad que se le atribuye a los monumentos, unida a la “aptitud para la metamorfosis” de los “lugares de memoria” de la que habla Pierre Nora (2008:34), se planteaba como conclusión del libro “con el poder de resurgir a partir de futuras reapropiaciones” (Nora, 2008:251) como una predicción de lo que ocurriría poco después.
Anónimo. Vista de la estatua ecuestre de Simón Bolívar de Frémiet en el Parque de la Independencia. Ca. 1920. Pantaleón Mendoza. Colección Álbum Familiar. Museo de Bogotá, IDPC. (Publicado en Vanegas, 2019:104-105)
Pedestal del monumento a Los Héroes, poco antes de su demolición, 16 de septiembre de 2021. Foto Carolina Vanegas Carrasco.
Portada del libro Disputas Monumentales.
Esta reflexión daba paso a pensar en la relación dialéctica entre la aspiración de perennidad con que se construye un monumento y su fragilidad. En el libro se historizan las formas de destrucción de las que han sido objeto muchas de ellas, destrucciones que no siempre implican su total desaparición y que más comúnmente vinieron “desde arriba” como parte de procesos de modernización y no “desde abajo” como sucedió en el contexto de las marchas del paro nacional de 2021. Para continuar con el involuntario carácter premonitorio de Disputas monumentales, la obra que se asoma fragmentada en la tapa del libro es la estatua ecuestre de Bolívar, figura central del Monumento a Los Héroes.
El estrepitoso fracaso de esta obra desde el momento de su creación hasta el presente muestra que los esfuerzos de la Junta Nacional del Centenario por erigirlo como la obra más importante de la celebración fueron infructuosos. El monumento ecuestre realizado por Emmanuel Fremiet, de acuerdo con la lógica monumental decimonónica, se entendía como un símbolo militarista. En ese sentido, muchos contemporáneos se opusieron a su creación porque consideraban que después de tantas guerras civiles y principalmente después de la Guerra de los Mil Días, no era el momento de resaltar este aspecto. En oposición a ese discurso, se le daba un sentido civilista al monumento a Bolívar de Pietro Tenerani, por ser pedestre y sostener en la mano la Constitución. Se esgrimieron argumentos estéticos para demeritar la estatua ecuestre que superando enormes dificultades económicas y logísticas la Junta Nacional había logrado inaugurar en el Parque de la Independencia el 25 de julio de 1910.
La estatua ecuestre mantuvo su sentido militarista aunque se cambió de lugar y se incorporó al “Monumento a los Héroes” realizado en la década de 1960. Tal como en 1910, fueron fallidas las intenciones de convertir esta obra en un “lugar de memoria” de las Fuerzas Armadas.
No sé si habrá sido deliberada la elección de este lugar para cuestionar la militarización del país, los abusos y violenta represión en las protestas del paro nacional, pero con este marco cobran sentido los enormes murales que denunciaban las 6402 ejecuciones extrajudiciales y la violencia del estado. El 15 de mayo de 2021, después de una larga jornada, multitudinaria y pacífica, un grupo de manifestantes intentó incendiar la estatua ecuestre. A diferencia del caso de Sebastián de Belalcazar en Popayán, no hubo una acción premeditada en este ataque y es probable que esta acción se relacione menos con la memoria de Bolívar que con la convicción de que atacar los símbolos del poder menoscaba el poder mismo como señala Freedberg (2017:218). De cualquier manera, el conato de incendio fue mucho menos potente simbólicamente que las diez mil personas alrededor del monumento reclamando justicia.
El Monumento de Los Héroes como centro emblemático de la protesta en Bogotá evidencia ese poder latente que tienen los monumentos, que hace que una obra por mucho tiempo invisible o poco atendida pueda emerger gracias a un evento, discurso o contestación que modifica la relación de la obra con el tiempo, actualizando su significado. Era tan patente la poca importancia que tenía el conjunto monumental que desde 2019 se había anunciado su demolición para darle paso al metro. Como bien lo documentaron Salge y Jaramillo (2021), esta decisión pasó por el Consejo Distrital de Patrimonio Cultural quienes, a pedido de la empresa del metro y del entonces director del IDPC, descatalogaron la parte arquitectónica y así la estatua ecuestre mantuvo su condición patrimonial y fue destinada a volver a su lugar de origen, sin mayores oposiciones. Los investigadores concluyen acertadamente, entre otras cosas, que “La justificación es que en Bogotá los intereses inmobiliarios priman sobre otras cosas y que en algunos casos no es grave hacer “aclaraciones” sobre las normas.
Esta demolición, iniciada el 23 de septiembre de 2021, habría pasado como cualquiera de las tantas demoliciones de patrimonio que –de acuerdo con Darío Gamboni (2014:34-35)- nunca son llamadas vandalismo cuando vienen “desde arriba”. Sin embargo, fue muy evidente que hubo una particular presteza en ejecutar la proyectada demolición porque con ella se borraban para siempre los grandes murales de denuncia que le habían dado al monumento una visibilidad que nunca tuvo a pesar de su tamaño. La estatua ecuestre había sido retirada por el IDPC y el Ministerio de Cultura en mayo, poco después del ataque, sin embargo –a diferencia de la demolición de la mole arquitectónica- no fue objeto de controversia. No era la primera vez que la estatua ecuestre de Bolívar era desplazada por una destrucción desde arriba: en 1958 también fue retirada para que Mazuera (el Peñalosa de los 50) abriera paso a la 26, destruyendo el mejor espacio público que tenía la ciudad: los parques de la Independencia y del Centenario. En las dos ocasiones fue retirada sin la más mínima oposición.
Uno de los mayores retos de la investigación que recoge Disputas monumentales, fue la dificultad de dar cuenta de la recepción de las obras y de esta “vida” de los monumentos que apenas empieza con su inauguración. Seguir los indicios de todas las discusiones en la lectura a contrapelo de los documentos y publicaciones periodísticas y en el minucioso estudio iconográfico, la comparación de maquetas y obras finales, las fuentes enviadas a los escultores, las elecciones de materiales, así como las apropiaciones en el tiempo a través de colecciones fotográficas entre muchas otras. Cuando se publicó el libro no podía imaginarme que muchas de las obras estudiadas entrarían en este nuevo ciclo de apropiaciones y nuevas disputas que, por una parte corroboran la hipótesis de su contingente poder, y por otra, que son las dinámicas alrededor de ellos las que dan cuenta de los procesos simbólicos que encarnan.
Justamente es el registro de las acciones e intervenciones que capturan el debate que se produce en un momento determinado una de las estrategias más efectivas para entender los sentidos que mantienen vivo el patrimonio. Muchos ciudadanos, no exclusivamente artistas, han identificado la potencia de la mediatización de la memoria en videos y fotografías, entendida en su carácter pluridimensional, creativo y procesual. Estas mediaciones deben ser entendidas como parte integral de las dinámicas de la memoria cultural y es justamente hacia ese lugar de apropiación que convoca la lectura de Disputas monumentales.