Juan Pablo Vergara
Tras un año ejerciendo dentro del órgano democrático universitario por excelencia puedo concluir que su agencia política es ciertamente inquietante; ¿qué tan democrático y representativo es el Consejo Estudiantil? ¿Cómo se conciben las responsabilidades democráticas en la universidad? Por primera vez en quien sabe cuánto el Departamento de Ciencia Política no cuenta con representantes ante dicha instancia -cabe añadir que también es el caso de la mayoría de los departamentos de la Facultad de Ciencias Sociales-. Quienes abogamos por el estudio de los ejercicios de poder y política no contamos con representación en lo que se proclama como la participación política estudiantil por antonomasia.
Como comenté anteriormente fui representante ante el Consejo del Departamento de Historia, asistí a las asambleas en las que nuestro afán por trabajar se veía reflejado en incontables horas discutiendo la duración de los encuentros. Ciertamente, ya sea desde una pantalla o en algún salón de la universidad, surgieron conversaciones que cautivaban mi atención, como fue el caso del Comité Fenicia. En pocas palabras el debate en sesión se reducía al rol del CEU frente al papel activo de la Universidad en la gentrificación urbana del centro de la ciudad, particularmente en los barrios Germania y Las Aguas. Estaban quienes decían que como miembros del Consejo debíamos asumir una postura frente a un problema que nos involucraba como miembros de la comunidad, y quienes defendían que el CEU respondía a necesidades únicamente estudiantiles y que su competencia se limitaba a la voluntad de sus representados. ¿Cómo debemos responder frente a estas cuestiones? ¿Recurrir siempre al escudo invisible de la institucionalidad?
Como escenario político y eventualmente nosotros como agentes en tarima, debemos concebir nuestro impacto más allá del encuadre en el que nos vemos inscritos; es menester que busquemos alternativas a lo que entendemos como participación política, sus espacios y sus actores. Al principio de la nota mencioné un afán que se germinaba desde la institucionalidad del CEU por perpetuarse para el periodo siguiente, la preocupación por ocupar las plazas que dejábamos vacantes quienes terminábamos nuestro recorrido anunciaban el debacle de la democracia estudiantil. ¿Qué significa esto para la búsqueda de vertientes participativas que menciono al principio? La democracia como horizonte estudiantil se reduce, las posibilidades para trabajar fuera del amparo institucional que brinda el consejo son cercenadas.
Pienso que ese horizonte no solo comenzó a ampliarse desde la crisis de representación, sino que viene gestándose desde hace tiempo, fugándose en esplendorosas y efímeras llamaradas. Hay que reconocer que como estudiantes no estamos exentos de la toma de decisiones en la universidad, siendo miembros políticos debemos evitar caer en ambigüedades y eufemismos, asumir la toma de acciones y afrontar las implicaciones de ser en comunidad. Solo entonces podremos apreciar la importancia de ese horizonte, donde lo político no tenga que reducirse a representar ante una institución, cuyos intereses estructuralmente hacen que nuestras aspiraciones se reduzcan a un paisaje engendrado por su propia desidia.
Estudiantes del Departamento de Ciencia Política, junto a los demás que no contarán con representantes ante el Consejo Estudiantil Uniandino, tendremos que trabajar en función de nosotros mismos y repensar lo que implica ser un actor político, los escenarios y las reglas del juego que necesitamos sentar para no permanecer en un ideal en decadencia.