Por: Juan Manuel Abello y Ricardo Serrano.
Durante los últimos dos meses y medio estas últimas fueron la constante en los medios de comunicación, los diálogos cotidianos y los enfrentamientos políticos. Sin embargo, existen escenarios que muchos entienden como un tacho silenciosamente establecido por todos: el fútbol. Para nadie es un secreto que este deporte, como cualquier otra actividad pública, es un fenómeno político que juega un rol en nuestra sociedad, o cómo olvidar casos como los de la transmisión de un partido en medio de la toma del Palacio de Justicia. Lo que llama la atención del fútbol en este momento, es su utilidad como fenómeno que funciona para cohesionar una sociedad fragmentada y desigual, donde parece que cuando juega la selección Colombia los símbolos patrios pasan de ser héroes independentistas a delanteros, porteros, mediocampistas y defensores. Cuando la selección juega, todo el mundo lo sabe y nadie lo cuestiona. Las calles pintadas de amarillo, los carros pintando a ritmos de celebración, y las personas usando una camiseta que representa la esperanza de un nuevo éxito (o fracaso) del equipo de nuestros amores. Y lo alarmante o bastante peculiar, es que parece que nos emociona a todos que esto pase.
En las marchas, por ejemplo, sucede que la camiseta de Colombia se convierte en un símbolo de orgullo por el país, más que cualquier escudo o bandera, tanto así, que políticos que aparentan estar diametralmente opuestos visten orgullosamente los trapos que representan el apoyo a la ´tricolor´. La Selección Colombia no solo juega un partido, sino que juega un rol cohesionante para una sociedad tan diversa en la que la búsqueda de similitudes es cada vez más complicada. Los partidos de nuestro combinado nacional permiten que un trabajador común y corriente del norte de Bogotá comparta con un completo desconocido al sur del país mientras ambos sintonizan la transmisión del partido, festejando así un momento de comunión y solidaridad a través del festejo de un gol sin siquiera tener que compartir una palabra; un gol de Colombia lo celebra todo el país, inclusive quienes no le hacen fuerza a la selección o a quienes poco les importa este deporte. Pero el por qué ocurre este fenómeno nos lleva a desarrollar algunos análisis sociales y políticos, los cuales quizás no sean correctos, pero parecen tener bastante sentido.
Pensando en la selección Colombia que acaba de disputar el torneo continental, es posible afirmar que en ella hay mayor diversidad étnica que en el congreso. Al mirar los jugadores que jugaron en el equipo titular frente a Perú en el último partido y algunos otros referentes, aparecen jugadores de distintas partes del país: Camilo Vargas (Bogotá), Stefan Medina (Envigado), Yerry Mina (Guachené, Cauca), Oscar Murillo (Armenia), William Tesillo (Barranquilla), Juan Guillermo Cuadrado (Necoclí, Antioquia), Gustavo Cuellar (Barranquilla), Luis Diaz (Barrancas, La Guajira), Edwin Cardona (Medellín), Duván Zapata (Padilla, Cauca), David Ospina (Envigado), Davinson Sánchez (Caloto, Cauca), James Rodríguez (Cúcuta) y Radamel Falcao (Santa Marta). La nomina de jugadores, según sus orígenes, está lejos de ser una fiel representación de toda la diversidad colombiana. Pero consideramos que, la clave del sentido de pertenencia hacia ella a lo largo de gran parte del territorio nacional se debe a que las regiones o departamentos que siempre han tenido distintos conflictos con Bogotá se sienten abismalmente representadas, mientras que los bogotanos al creer que Colombia es suya también defienden a capa y espada al equipo de fútbol.
En el listado de jugadores anteriormente mencionado es indudable que la mayor cantidad de ellos provienen de tres zonas del país: la costa del Caribe colombiana, los antioqueños y los caucanos. A ellos se les añaden algunos jugadores de otros territorios u orígenes que, pese a no contar con un número enorme de jugadores, despiertan un gran sentido de pertenencia en distintas regiones del país. Luis Diaz, el jugador que deslumbro al país y quizás al continente entero con su magia dentro del campo de juego tiene raíces en la etnia wayú, permitiendo que las comunidades o poblaciones indígenas del país se sientan identificadas. James Rodríguez, indudablemente uno de los mejores jugadores de la historia colombiana, acerca el equipo a la parte oriental del país por su origen nortesantandereano. Quizás estas son las dos excepciones más notorias en la nómina del equipo, pero el resto de los jugadores provienen de regiones que ha lo largo de la historia han tenido suma importancia en el desarrollo económico y político del país y que, a su vez, han tenido grandes conflictos históricos por el centralismo capitalino. Recordemos por un momento lo que ha significado el conflicto entre centralismo y federalismo; la indecisión respecto a esta temática fue uno de los mayores impedimentos para la organización del Estado en la “Patria Boba”, los Santandereanos y Bolivarianos no fueron capaces de llegar a un acuerdo y distintas provincias formaron su propia constitución, entre las cuales aparecía Antioquia y Cartagena, mientras que otras como Santa Fe, se negaban a participar. Posteriormente una de las grandes diferencias entre el partido conservador y el liberal corresponde a la organización que debía tomar el país. Todas estas disputas se fueron matizando con el pasar del tiempo, pero el resentimiento hacia los capitalinos sigue y hoy en día siguen siendo mal vistos o estigmatizados por personas de distintas partes de Colombia.
La clave del sentido de pertenencia por la selección absoluta de fútbol resulta ser entonces su capacidad de generar cercanía y orgullo a personas que pertenecen a una gran parte del país, personas de distintas etnias, culturas o territorios. La campaña publicitaria del patrocinador, Adidas, se vuelve realidad en este contexto y realmente nos encontramos todos unidos por un país. Pero el equipo nacional de fútbol no sólo nos permite hacer este análisis, sino que representa otra problemática de nuestro país. Muchos jugadores pertenecen a territorios donde la presencia estatal ha sido nula a lo largo de la historia, pero su talento futbolístico si ha sido explotado por los equipos de las grandes ciudades y exportado al resto del mundo. Resulta bastante curioso ver como humanos alabados por todo el país son tratados igual que los recursos naturales de las regiones a las cuales pertenecen. Pero más allá, resulta interesante ver como el futbol pareciera llegar a comunidades marginalizadas antes que el Estado. Por ejemplo, el caso de Necoclí, un municipio en el golfo de Urabá al norte de Antioquia, el cual fue punto focal del paramilitarismo por allá en los 90´s, resulta ser el hogar de Juan Guillermo Cuadrado, segundo capitán de la Selección Colombia. Y lo anterior no es solo un caso, el guajiro Lucho Diaz es fiel representante de una comunidad vulnerada y olvidada. Lo curioso de todo esto es que estas zonas, que nunca han visto presencia de un Estado, ni para protegerlos ni para garantizarles sus derechos, se visibilizan a nivel nacional y mundial más por el fútbol (no por las crisis por las que atraviesan) que por el aparato se supone debe velar por ellos. He aquí el encanto del Fútbol.
Usted puede decir que no le gusta, que son 23 pendejos corriendo detrás de una pelota, pero lo que sí es innegable es que la selección es mucho más que fútbol, ese sentimiento que permite hacer visibles comunidades que, de no ser por sus estrellas, ni entrarían en el pensamiento del colombiano promedio. Este deporte permite que estas comunidades marginalizadas se unan en un acto sagrado de comunión con el resto del país, sin política, sin mermelada; todos unidos cantando un mismo himno sin necesariamente tener que creer en el, porque ya no se creen en los “héroes” patrios, se cree en un combo de jugadores de todas partes de la nación, que unen a un país en un inmenso coro de gol que retumba por todas las calles y veredas, desdibujando las fronteras de los estratos, del centro y la periferia, de la opinión política. La selección cohesiona a un país profundamente dividido, y sí, no es perfecto ni es la solución a todos los problemas del país, pero, por lo menos, así sea por 90 minutos, muchos podemos disfrutar de un momento de unión fraternal para olvidar las quiebras que representa ser colombiano. Todo por estar corriendo detrás de una pelota.