Hecho por: Daniel Garzón
El 24 de febrero del 2022 Vladimir Putin ordenó una operación militar especial en el Donbás; región ucraniana. Desde entonces la amenaza de guerra nuclear reapareció: durante el primer mes, las tropas rusas y ucranianas se enfrentaron en las proximidades de Chernóbil. Esto exacerbó la preocupación de que la central nuclear resultase afectada y por lo tanto pudiera presentarse un nuevo accidente nuclear tal y como sucedió en 1986 (BBC, 2022). Posteriormente, el 21 de septiembre del 2022 en un anuncio televisivo Putin además de ordenar una movilización parcial para incrementar el número de soldados en Ucrania, expresó que en caso de verse afectada la integridad territorial rusa no dudaría en utilizar todos los medios a su alcance para proteger a Rusia y su pueblo. (CNN, 2022). Asimismo, durante los presentes días; primera semana de julio del 2023, Ucrania manifestó que Rusia ubicó artillería cerca de la central nuclear de Zaporiyia; la mayor de Europa, pese al riesgo que conlleva utilizar armamento bélico en esa zona (CNN, 2023). De tal modo, reconociendo que en el trascurso de la invasión el riesgo de un Armagedón nuclear no se ha disipado, sino que por el contrario es más latente que nunca. No en vano Biden expresó en octubre del 2022: “No nos hemos enfrentado a la perspectiva del Armagedón desde Kennedy y la crisis de los misiles en Cuba” (Infobae, 2022). En ese sentido, el presente escrito analizará la posibilidad de guerra termonuclear desde una postura pacifista desde los postulados de Norberto Bobbio. Para ello, se expondrá que la concepción tradicional de la guerra expuesta por Clausewitz es insostenible ante un escenario de conflicto nuclear. La guerra en su noción más tradicional ha cambiado.
Así pues, se explicará la postura de Bobbio, caracterizada por la figura del laberinto; esta representa la condición humana mediante una analogía en la que existe una salida a un determinado problema, en este caso la guerra nuclear, pero no hay ningún espectador afuera de este que conozca la salida a tal situación, y la de Clausewitz, quien dada su inclinación realista, arguye que la guerra es la prolongación de la actividad política y por lo mismo concluye que el sometimiento de la voluntad del enemigo por medio de la fuerza o con el auto sometimiento del pueblo es el fin de esta. En ese sentido, se expondrán las ideas centrales de cada posición haciendo énfasis en el nuevo paradigma que la posibilidad de guerra atómica implica en las teorías de la guerra; justa y realista, las posturas que hay respecto a tal enfrentamiento, y las limitaciones y contradicciones que conlleva trasladar la interpretación realista al enfrentamiento nuclear, para argüir que la interpretación tradicional de la guerra expresada por Clausewitz es obsoleta bajo la posibilidad de la guerra atómica.
En primer lugar, debe aclararse de dónde proviene la figura del laberinto debido a que a través de ella se articula la justificación de Bobbio referente a la guerra nuclear. Específicamente, el autor menciona tres figuras. La primera de ellas, siendo autoría de Wittgenstein, es la de una mosca atrapada en una botella sin tapón; la mosca puede salir por medio de la boca de esta pero no es capaz de verla. El único que puede hacerlo es el filósofo y por ende solo él puede enseñar a salir de la botella; dicho objeto es la analogía de los problemas mientras que la mosca refleja al hombre.
La segunda alude a un pez en una red. En ella, el pez considera que tiene una salida, entendida como la liberación, pero no es así debido a que está condenado a la muerte. Apenas se abra la red no tendrá posibilidad de un nuevo comienzo, es decir oportunidad de vivir, sino todo lo contrario dado que está condenado a muerte. En esta imagen la tarea filosofía, al contrario de la mosca en la botella en la que enseña a escapar, no es otra que la de predicar qué hacer con el tiempo que se tiene hasta llegue el fin y saber cómo afrontarlo. Por último, como punto intermedio entre las dos figuras previas, la tercera considera que hay una salida, pero no es clara la ruta a seguir al igual que un laberinto: la empresa del filósofo es la de coordinar los esfuerzos entre la acción, avanzar según se pueda, e inacción, detenerse en la medida que sea prudente, pues ha de corregirse el trayecto una vez se reconozca que se eligió el camino equivocado porque la única lección del laberinto es la calle bloqueada.
Así pues, debe enfatizarse en que la relevancia de la figura del laberinto recae en el hecho en que si bien cada imagen; la botella, la red, o el laberinto, alude a un modo concreto de interpretar el sentido la historia y por tanto en ellos se puede representar tres filosofía de la historia[1]; se excluye la concepción religiosa porque la solución no está en la misma historia sino fuera de ella y Dios es el único espectador, y el pesimismo radical por no más que sufrimiento por la ausencia de soluciones, la guerra, teniendo la posibilidad de ser atómica, es un camino bloqueado. El sentido de la historia no puede ser el de la autodestrucción tal y como sucedería con la figura de la red debido a que entonces el final último de ella carecería de sentido. Dicho de otro modo, la figura del laberinto permite entender la filosofía de la historia y a la guerra atómica como un camino
[1] Entiéndase filosofía de la historia como justificaciones del devenir histórico.
bloqueado porque el resultado de dar ese paso, es decir adentrarse en el conflicto nuclear, no sería otro que la autodestrucción misma de la historia y esa acción sería injustificable. En detalle, Bobbio destaca que hay dos maneras en las cuales no puede continuarse por un determinado camino. La primera considera que desde la historia hay caminos obligados pese a que estén bloqueados como el de la esclavitud deben recorrerse; estos se agotan una institución por la constatación de hecho o por un proyecto. Otra inclinación arguye que en el laberinto cuando se llega al final del camino bloqueado es necesario retroceder, o sea, abandonar dicho camino. De tal manera, aparece una escisión entre la imposibilidad de continuar por determinado camino dado que no puede continuarse más por él como sucede con los caminos de la historia los cuales se agotan en cierto momento y la necesidad de abandonarlos porque estos han demostrado que no tiene sentido continuar por ellos.
En el caso de la guerra atómica Bobbio la sitúa como un camino cerrado mediante dos posturas: la guerra es una institución agotada porque ha alcanzado su límite o es una institución inconveniente que debe ser eliminada. La primera postura está ligada al pacifismo pasivo el cual manifiesta que la guerra, dado el carácter nuclear que puede adquirir el enfrentamiento, se ha transformado en un acto tan terrible y catastrófico para los bandos beligerantes que como medio de resolución de conflictos es inútil y por ello mismo está condenada a desaparecer; ha desaparecido desde ya por causa de que es inservible. Por otro lado, la segunda postura está vinculada al pacifismo activo porque las consecuencias que desencadena la guerra atómica; autodestrucción del género humano o al menos su aniquilación parcial, conllevan a que esta sea condenada desde la moral humana; no debe suceder el enfrentamiento nuclear.
En otras palabras, el pacifismo pasivo se respalda en el equilibrio de terror puesto que el terror paralizante de la guerra atómica ocasiona que esta no sea realizada y por ende se desista en su uso, mientras que el pacifismo activo se justifica mediante una conciencia atómica por condenar tal acto dada sus repercusiones desde la moral. Es decir, desde el pacifismo pasivo el hecho que la guerra como institución por la posibilidad de convertirse en un conflicto nuclear se haya dejado de practicar refleja que se ha llegado a un camino bloqueado y por lo mismo la guerra se ha vuelto imposible. Por otro lado, puesto que el pacifismo activo no impide que se desarrolle la guerra sino por el contrario juzga tal decisión, la guerra se ha tornado injustificable.
Ambas posturas demuestran que se ha llegado a un cambio decisivo en el que la guerra es impracticable a pesar de que en el pasado suscitaban esperanzas de renovación por medio de una paz definitiva. El motivo parte del hecho que la guerra atómica no puede compararse con las del pasado y por ende no provocará los mismos cambios sino unos nuevos. Las razones son tres: (i) la metafísica argumenta que ninguna guerra previa colocó en riesgo a toda la humanidad y consecuentemente tampoco puso en cuestionamiento el sentido de la historia sustentado en un telos[1] al cual debería tenderse. (ii) Las teorías de la guerra no pueden justificar la guerra termonuclear dada la escala de esta y (iii) la guerra atómica no sirve al objetivo del enfrentamiento, es decir, no provoca la
[1] Entiéndase telos como fin o propósito.
victoria; en un hipotético escenario de confrontación nuclear las pérdidas, sean materiales, culturales, económicas, sociales, etc.…, serían igual de dramáticas en ambos bandos y por lo mismo no podría dictaminarse un claro vencedor. A partir del cambio decisivo, Bobbio destaca que se presentan diferentes posturas ante tal hecho: el primer grupo está conformado por quienes justifican la guerra atómica, en ella están los realistas por considerar que la guerra nuclear es posible porque la distancia que tiene con otros enfrentamientos es cuantitativo dado el poder de destrucción más no cualitativo porque sigue siendo un conflicto enmarcado en las relaciones de poder.
Asimismo, están los fanáticos; estos respaldan la aniquilación por el considerar éticamente bueno sacrificar la vida y no un bien superior a esta como la libertad. En contraste están los fatalistas, quienes estipulan que la guerra nuclear es necesaria porque no discuten los motivos del enfrentamiento, sino que lo esperan sin más; adicionalmente está la postura nihilista y mística que respectivamente contemplan la guerra termonuclear como una liberación y un castigo divino.
De las cinco posturas, la realista es la más refutable pero no por ello la menos peligrosa. Concretamente, esta inclinación no solo no entorpece el desarrollo de armamento nuclear, sino que, por considerarlo una necesidad del poder de la política, lo estimula; el propósito es crear el arma absoluta. Por lo cual, dado que incentiva la creación del arma definitiva, el realismo debe aceptar el riesgo de la destrucción total y esto supone que reconozca el salto cualitativo de la guerra atómica.
Si por decisión política decide atacarse empleando armamento nuclear, se estaría usando
Adicionalmente, reconociendo que el realismo justifica todo tipo de guerras pues no hay ningún límite y/o actor que la regule a diferencia de la guerra justa en la cual solo determinados actores pueden declarar la guerra, debe recalcarse que la conducta de la guerra está delimitada por cuatro márgenes: (i) referente a las personas; sean beligerantes o no beligerantes, (ii) referente a los objetos; objetos militares, (iii) referente a los medios; prohibiciones de determinado armamento, y (iv) respecto de los lugares; zonas de conflicto. Tal y como expone Bobbio, es evidente que “No hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que la guerra atómica no respetará ninguno de estos cuatro límites” (Bobbio, 1999) porque el armamento nuclear no diferenciará ninguno de los límites del conflicto. Tanto civiles como combatientes y recursos militares que estén en rango de acción de la bomba nuclear serán atacados indiscriminadamente.
Por lo tanto, situando la postura de Bobbio, la cual está reconoce la posibilidad de la guerra atómica, frente a los postulados de Clausewitz; (i) la esencia de la guerra es el duelo y este es un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario. (ii) La guerra es la continuación de la actividad política y (iii) la guerra no concluye hasta que la voluntad del enemigo no haya sido también sometida o hasta que el pueblo se someta, hay tres críticas que el primero le habría formulado al segundo. El primer argumento tiene en consideración la figura del laberinto. Independientemente de la postura frente a la guerra nuclear, sea pacifismo pasivo, el cual se fundamenta en el equilibrio del terror, o pacifismo activo, respaldado por la conciencia atómica, la guerra nuclear se presenta como un camino bloqueado por su carácter de aniquilación total.
Por ende, la esencia de la guerra, la cual es el duelo, y el propósito de este, doblegar la voluntad del adversario, no tienen cabida en la guerra nuclear puesto que el duelo mismo deja de ser posible porque se transforma en aniquilación. No hay espacio para que el adversario responda, es decir hay en el sentido propio de la palabra, es imposible que suceda un enfrentamiento por la erradicación del adversario, y por lo mismo, su voluntad ni siquiera es sometida porque es eliminada súbitamente.
El segundo argumento sustenta que la guerra nunca es deseada y aunque lo fuese, las repercusiones que tendría la guerra nuclear no pueden compararse con ninguna anterior. Pese a las limitaciones tecnológicas de la época, los filósofos han condenado la crueldad de la guerra. No en vano “Las guerras han sido siempre horrorosas, y sus mismos contemporáneos las han considerado así” (Bobbio, 1999). Y de igual modo, como se expuso anteriormente, esta nueva guerra (i) pone en riesgo el telos de la historia; no tiene sentido considerar que el fin de la historia es la autodestrucción pues la filosofía de la historia no tendría propósito. Asimismo, (ii) ninguna de las teorías de la guerra, realista y guerra justa, justifica el conflicto nuclear; respecto a la primera dada las limitaciones del ius naturalismo las supuestas justificaciones que generan que en la guerra justa solo uno de los beligerantes tenga motivos para atacar, le terminan asignando la razón a ambos, y la ceguera del realismo, por considerar que la guerra nuclear solo se diferencia cuantitativamente de la otras guerras, no admite que el enfrentamiento mismo acarrea la aniquilación total. Por último, (iii) niega el utilitarismo mismo de la guerra porque no sirve al objetivo de la guerra que es la victoria.
De igual modo, si se considera que la guerra es la continuación de la política, en el hecho de recurrir a esta termina aniquilándose a sí misma. Si por decisión política decide atacarse empleando armamento nuclear, se estaría usando los recursos mismos de la política, en este caso el armamento bélico, para colocar en riesgo la continuidad de la política en sí. La aniquilación total impide que luego del supuesto enfrentamiento pueda desarrollarse la política debido a que se habrá extinto el género humano. Por último, en el enfrentamiento nuclear la guerra no concluye hasta que la voluntad del enemigo y/o pueblo sea sometida porque esta concluye antes de comenzar. En el instante en que se toma la decisión de atacar bélicamente al adversario, ni siquiera de activar las armas, quien decidió tal acto, condenó al enemigo y a sí mismo a la aniquilación; no hay lugar ni espacio tiempo para doblegar la voluntad del enemigo porque esté dejará de existir antes de que su voluntad cambie.
En suma, de presentarse el escenario en el que Bobbio hubiera leído los postulados de Clausewitz, este sin dudarlo hubiera estado en desacuerdo con estos. El principal motivo radica en que ante la amenaza de enfrentamiento nuclear tanto el concepto como los límites de la guerra previos a la creación del arsenal termonuclear son insuficientes para entender las consecuencias que un hipotético enfrentamiento provocaría. Esto sucede porque la postura de Clausewitz, la cual hace parte de la teoría realista, está situada en un momento en el que el poderío bélico no era lo suficientemente letal y masivo para colocar en duda la existencia de la humanidad con su solo accionar.