Editorial
Hobbesianismo de masas
Por: Carlos Ramírez, Profesor Asistente del Departamento de Ciencia Polítca
Hace unos días y por casualidad llegué a un rincón de la página web del departamento de Ciencia Política donde se encuentra alojados casi todos los números de esta publicación. El origen del boletín DePolítica se remonta, según el archivo, al año 2009 cuando Angelika Rettberg, entonces directora del departamento, puso en marcha esta publicación semanal. Curiosamente, la vida del boletín corresponde exactamente con el tiempo que llevo vinculado a la universidad como profesor de Ciencia Política. Aunque podría hacer un recuento “de memoria” de esos trece años de vida del departamento, ese registro sería no solamente incompleto sino bastante impreciso, esto debido a la muy bien documentada falibilidad de la memoria humana. Y es por cuenta de nuestra débil y caprichosa memoria que documentos como el boletín DePolítica cobran una nueva relevancia a medida que pasa el tiempo.
Hoy día, luego de dos décadas de uribismo, no solo constato mi intuición de entonces sino que me parece central para explicar la génesis del autoritarismo y para pensar el tema de la responsabilidad política. Sin negar su
existencia, y añadir varios matices, mi perspectiva es distinta. Si el poder es una relación, y una que, en ciertas modalidades, implica consentimiento, las élites no lo son sin nadie que las respalde y aclame o, cuando menos, que acepte pasivamente su comportamiento. Un segmento significativo de los ciudadanos respalda así esas élites corruptas y violentas, y busca toda clase racionalizaciones para justificar su posición, porque esta última resuena con los intereses, con los deseos inconscientes y con la comprensión de la vida social de ese mismo segmento. No solo es la oferta de ‘mano dura’ la que despierta el interés en ella, sino que hay, también, de manera circular, una demanda de ese tipo de postura. Esos ciudadanos recurren a una forma inadvertidamente hobbesiana de pensar la política. Si el gobernante es un déspota o un loco, si se roba el patrimonio público o, de vez en cuando, asesina a quien no debe asesinar, no importa: lo importante es que haya alguien con un poder suficientemente aterrador como para garantizar, por miedo, un mínimo de estabilidad entre los gobernados y, sobre todo, para asegurar la conservación de la vida, los intereses particulares y las propiedades de los gobernados. El gobernante, desde esa perspectiva, debe establecer un mínimo orden a nivel horizontal, entre todos los ‘súbditos’, pero está por encima de toda regla. Es el único, como bien lo dice un personaje de ‘Saló’ de Pasolini, al hablar de los líderes fascistas, con el derecho a comportarse de manera anárquica.
Una anécdota de Hans George Gadamer, referida a un ingenioso simpatizante del hobbesianismo como Carl Schmitt, ilustra el punto: “Recuerdo por ejemplo una ocasión, durante una visita a Leipzig, en la que discutió un caso ficticio: si un hombre político que ha cometido un crimen común debe ser sometido a la justicia ordinaria. Carl Schmitt se divertía defendiendo, con sobrada habilidad, la posición del acusado, sosteniendo que aquel crimen debía ser considerado como una debilidad irrelevante comparada con la importancia del político, el cual debería ser tratado aparte del orden de los comunes mortales: hace las leyes y está por encima de ellas; debe permanecer libre. Carl Schmitt defendía esta tesis, absurda e inaceptable para todos nosotros, con una habilidad mefistofélica”.
El hobbesianismo de masas – cuyo practicante puede ser su vecino, su tía, su primo – es menos hábil argumentativamente e implica, por tanto, contradicciones y graves sesgos morales: desea el orden, pero valida el poder excepcional que lo transgrede; ama la “ley” pero solo cuando se trata de proteger lo suyo y a quienes dicen proteger lo suyo; habla con virulencia de los “terroristas” pero es incapaz de reconocer el terrorismo de Estado porque toda violencia estatal, sea cual sea su magnitud, proporción y procedimientos, está justificada a priori; habla del “país” y otras entidades colectivas, pero le interesa, ante todo, su pellejo. Ese es el tipo de personaje que odia todo lo que suene a guerrillas, porque, como es innegable, estas cometieron atrocidades a lo largo del conflicto armado, pero no se indigna ni un pelo ante los descuartizamientos, la tortura, los desplazamientos o la violencia sexual ejercidas en nombre de la “moral y la ley”. Es el mismo que se indigna de la “impunidad” concedida a las FARC pero ignora, o prefiere ignorar, las reglas y resultados de la Ley de justicia y paz. Siempre podrá apelar a clichés ideológicos para justificar, sin tomarse mucho trabajo intelectual, su estrechez política y su miseria moral. Esos ciudadanos – que no son necesariamente los más privilegiados pues ahí se incluyen aquellos que temen perder lo poco que han alcanzado a acumular – no son cómplices, en sentido estricto, de las acciones corruptas y violentas de ciertas élites, pero su respaldo, en distintos grados, a ellas, los implica en la legitimación y en la reproducción de la violencia (para)estatal y la corrupción. No están, en absoluto, libres de responsabilidad.
El autoritarismo, por no hablar de una suerte de neo-fascismo que circula en Colombia y en todo el mundo, no es un capricho de las élites. Responde, en cuanto a sus motivaciones, a la mezcla de un tipo de individualismo ciego a la dimensión inevitablemente relacional de la vida en sociedad con una inmensa ansiedad ante las situaciones de cambio, por un lado, y con un fuerte elemento de desconexión moral (Bandura), por el otro. Tenemos así personas que son incapaces de inscribir su proyecto de vida en un marco colectivo y creen, por tanto, que la función del Estado es reprimir toda aquello que recuerde las innegables inconsistencias y fracturas del sistema en que viven. El hobbesianismo parte, de hecho, de la descomposición de toda vida comunitaria pre-estatal. Personas que, como sucede con muchos cristianos evangélicos, son fieles, por un lado, a una fuerte ética del trabajo y temen perder, en esa medida, los resultados de su propio esfuerzo, y, por otro lado, que ven con inquietud, y en asociación con las amenazas económicas, los cambios culturales – como sucede con la expansión del ateísmo o la ‘ideología de género’. Para no centrarse solo en ciertos grupos evangélicos, esta última actitud culturalmente reaccionaria le incumbe a distintos grupos: la mentalidad patriarcal o la desigualdad racial son parte, para muchos, de los valores amenazados. La promesa principal de los partidos de derecha, en ese sentido, es la de estabilidad y continuidad. Aquello que ya se tiene, se debe conservar, y aquello que, en términos normativos, parece ‘natural’, debe seguirlo siendo.
Personas, por último, que, cobijadas por comunidades de discusión y medios de comunicación que reproducen una serie de clichés hasta el punto de hacerlos parecer razones aceptables, se vuelven no solo tolerantes sino simpatizantes de actos brutales de violencia y no se percatan, en absoluto, de la inmoralidad de sus propios juicios. Asumen, ante conductas reprochables de actores estatales y no estatales, que todo el que esté en condición de ser el Otro se merece un trato violento (“quien lo manda a…”), o que ya había hecho algo peor y la violencia contra él es una mera reacción (“se lo buscó”), o que no hay nada malo en querer hacer cumplir la ley (“dura lex sed lex”) o que denunciar esa violencia es confabularse con ese Otro (“usted habla como guerrillero”) o – en el mejor de los casos – que la violencia en cuestión fue un error pero no es nada estructural (“¡qué exageración!”). Bajo cualquiera de estas modalidades de justificación, el resultado final es el mismo: deshumanizar a ese Otro (el guerrillero, el “vándalo”, el “comunista”, el estudiante militante, el homosexual, el “indio”, el periodista crítico, etc.) y justificar cualquier desmán.
Carlos Gaviria, al menos en lo concerniente a las tentaciones autoritarias, estaba muy equivocado. Su humanismo resulta políticamente cándido. Para muchos, a quienes se les llena la boca hablando de la defensa de la “democracia”, la cura contra el miedo a perder lo propio, el cambio cultural y la “anarquía” es un gobernante sin límites y un aparato policivo-militar sin restricciones para ejercer la violencia. Así como algunos aman la libertad, otros aman los tiranos. Esa extendida demanda de autoritarismo, más allá de tales o cuales élites o políticos puntuales, es la mayor amenaza viva a la democracia.
Análisis e Investigación
Opiniones ciudadanas, preferencias legislativas y paz
Por: Miguel García, Profesor Asociado y Director del Departamento de Ciencia Política
Así como la ciudadanía ha jugado un papel importante en el proceso de negociación, refrendación e implementación del acuerdo de paz, los legisladores has sido igualmente relevantes especialmente al momento de la implementación. Después de la firma del acuerdo de La Habana buena parte de lo acordado pasó por el Congreso, lo que convirtió a los congresistas en agentes centrales en su proceso de regulación e implementación.
Dado el papel de los legisladores en asuntos de paz, junto con Aila Matanock, profesora de ciencia política de la Universidad de California Berkeley, y Natalia Garbiras, investigadora posdoctoral del Instituto Universitario Europeo, quisimos estudiar hasta qué punto los congresistas colombianos conocen las opiniones de los colombianos sobre el acuerdo, y qué tanto influyen las opiniones populares sobre las preferencias de los políticos en temas de paz.
Creemos que los acuerdos de paz son escenarios únicos en términos de representación, pues existen múltiples factores que van en contra del establecimiento de un vínculo fuerte entre ciudadanos y legisladores. En primer lugar, en estos escenarios posconflicto los políticos prestan poca atención a las preferencias del público, pues tienden a asumir que la ciudadanía está poco informada sobre el acuerdo. Por otro lado, los políticos también pueden dejar de lado las preferencias del público, no porque crean que el público está mal informado sobre el tema, sino porque entienden el tema como algo que tiene que decidirse al margen de la opinión pública.
En tercer lugar, una vez firmado el pacto, este deja de ser la principal preocupación de la mayoría. Así, los legisladores prestan poca atención a las opiniones del público sobre este asunto pues tienen la confianza de que los votantes no los castigarán en las urnas por sus decisiones y opiniones al respecto. Finalmente, incluso si los legisladores quieren seguir las opiniones de público en relación a todos y cada uno de los componentes del acuerdo de paz, esta información difícilmente está a disposición de los políticos.
Con el propósito de poner a prueba nuestro planteamiento sobre el débil vínculo entre legisladores y ciudadanos en materia de paz, en 2019 encuestamos a todos los miembros del congreso de Colombia, a quienes preguntamos por sus preferencias frente a las curules de paz y también les pedimos que estimaran el apoyo del ciudadanía a este componente del acuerdo. Finalmente, les informamos cual era el apoyo real de los ciudadanos a las curules de paz para evaluar si cambiaban sus posiciones sobre este tema.
En promedio, los congresistas subestimaron el apoyo popular a las curules de paz, tanto de los colombianos en general como de los residentes de zonas afectadas por el conflicto. En el primer caso, el apoyo real a las curules de paz era de 54,2% y los legisladores estimaron que este apoyo era apenas de 38,2%. En el caso de los residentes en zonas de conflicto, el 68% apoyaba las curules de paz, mientras los legisladores estimaron este apoyo en un 60%. Al desagregar estos datos por sectores políticos, los congresistas pertenecientes a partidos o movimientos declarados en oposición al gobierno de Iván Duque estimaron niveles de apoyo general a las curules de paz más altos, y por tanto más cercanos a la realidad, que los estimados por los congresistas pertenecientes a los independientes y a la coalición de gobierno. Por último, cuando informamos a un grupo de legisladores sobre el nivel de apoyo popular real a las curules de paz encontramos que estos políticos no actualizaron sus preferencias, es decir no fueron sensibles a la opinión popular sobre este componente del acuerdo.
En síntesis, la mayor parte de los congresistas colombianos tiene una idea equivocada sobre el apoyo real de la ciudadanía a las curules de paz. Igualmente, las opiniones de los legisladores colombianos sobre la paz no responde a las preferencias de los electores sobre este asunto. Esto corrobora nuestra expectativa sobre la débil conexión existente entre ciudadanos y legisladores cuando se trata de un tema como el acuerdo de paz.
Datos de la semana
Por: Miguel García, Profesor Asociado y Director del Departamento de Ciencia Política
Según el estudio mas reciente del Barómetro de las Américas, entre 2018 y 2021 se presentó una significativa disminución en el porcentaje de colombianos que aprueba que el Estado colombiano ofrezca servicios sociales a los migrantes venezolanos. En 2018 el 59% de los colombianos aprobaba la prestación de servicios sociales a los migrantes de ese país, para 2021 esa cifra se ubicó en 39%
Egresados
Santiago de La Cadena
Santiago de la Cadena es politólogo y economista de la Universidad de los Andes. Durante sus últimos semestres en la universidad, fue beneficiario de la Beca Dora Röthlisberger y gracias a este programa pudo finalizar ambos pregrados. Posteriormente, realizó la Maestría en Economía en los Andes, donde también recibió la beca para maestría de la Vicerrectoría de Investigaciones, y actualmente se encuentra realizando el doctorado en Economía, también en nuestra universidad.
Actualmente, trabaja como especialista en desarrollo humano en el Banco Mundial. Le apasiona implementar políticas públicas y programas que tengan un impacto social positivo en comunidades vulnerables; y para esto fusiona muy bien sus dos carreras, combinando las teorías económicas y sociales, que le permiten crear y llevar a cabo programas sostenibles y consecuentes con las comunidades donde se implementan. Este semestre Santiago está a cargo del curso “Principios de Economía” del pregrado de Ciencia Política.
Colombia internacional en Abstract
Fuego amigo en la izquierda: el conflicto interpartidiario y la naturaleza de las políticas redistributivas en Uruguay
Objetivo/contexto: ¿qué consecuencias tiene el conflicto intrapartidario sobre las reformas redistributivas de Gobiernos de izquierda? El objetivo del artículo es analizar los efectos del conflicto intrapartidario sobre la reforma de las políticas redistributivas, destacando el carácter de las fracciones —su ideología y vinculación con las bases sociales— y su papel en la negociación de las reformas. Metodología : consiste en un estudio de caso, que permite caracterizar los actores partidarios y su actuación en cuatro reformas de los Gobiernos del Frente Amplio de Uruguay, un partido fraccionalizado. Conclusión: el conflicto interno fue relevante y tuvo un efecto radicalizador o moderador, dependiendo del papel que desempeñaron las fracciones de izquierda y centro-izquierda en los procesos de reforma. La tensión surgió del imperativo de compatibilizar la adopción de políticas que redujeran la desigualdad y aseguraran el dinamismo de la economía. Originalidad: radica en mostrar que, en ciertos casos, las fracciones partidarias buscan atender intereses de sus bases sociales independientemente de —y en contradicción con— su posición ideológica. La política pública resultante no fue estrictamente la preferida por la fracción protagonista, sino que incluye concesiones a la fracción consentidora cuando existe un cierto equilibrio de poder entre ambas.
Noticias
La profesora Sandra Borda se postuló como candidata al Senado como parte de la lista del Nuevo Liberalismo. Por esta razón la profesora Borda se encuentra actualmente en una licencia.
El pasado 14 de enero la profesora Angelika Rettberg fue nombrada editora asociada de la revista World Development
Entre el 17 y el 22 de enero la profesora Angelika Rettberg participó en un taller sobre el proceso de diálogos con el ELN organizado por la Folke Bernadotte Academy en Suecia.
El pasado 17 de enero fue publicado en la revista Global Crime el artículo Politicised crime: causes for the discursive politicisation of organised crime in Latin America, escrito por Reynell Badillo y el profesor Víctor Mijares
Agenda
Los próximos 27 y 28 de enero se llevará a cabo el taller internacional Methodological Practices in Social and Political Activism Research. Este evento contará con la participación de las profesoras Ingrid Bolívar y Virginie Laurent y el profesor Carlos Ramírez.
Oportunidades
El Yale Review of International Studies, una revista de pregrado que publica textos de asuntos de política internacional de estudiantes de todo el mundo, abrió convocatoria para el siguiente número. Esta convocatoria estará abierta hasta el 14 de febrero. Los envíos se pueden hacer a través de este enlace o al correo yris@yira.org
La revista Colombia Internacional recibirá artículos hasta el 8 de marzo para el número especial titulado “Asia y Latinoamérica en el siglo XXI”. Los editores de este dossier serán Carolina Urrego-Sandoval, profesora del departamento y Ramón Pacheco Pardo, profesor de King’s College London
Director
Miguel García Sánchez
Asistente Editorial
María Byfield Pérez
Fanny Medina Ariza
Diseño Gráfico
Andrés Felipe Montoya
Ossman Aldana