Editorial

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A propósito del ataque a Charlie Hebdo: el advenimiento de la sociedad postsecular

Ha surgido un nuevo concepto en la filosofía política: la sociedad postsecular. Se trata de un concepto que se ha usado para analizar la revitalización de la religión en el mundo contemporáneo. El término postsecular se refiere a un cambio en la consciencia y en la auto-comprensión de las sociedades actuales, que supone el cuestionamiento del estrecho nexo que el pensamiento ilustrado de Occidente había establecido entre modernización y secularización: a mayor desarrollo técnico-científico, correspondería una progresiva pérdida de importancia de la actitud religiosa en la sociedad. Sin embargo, lo que actualmente están constatando la teoría política y la sociología de la religión es una creciente desecularización de la esfera pública, aunque sin que ésta implique, necesariamente, la reversión de la política de separación entre el Estado y la Iglesia. Así que el neologismo postsecular implica una tensión entre continuidad y ruptura en el pensamiento ilustrado.

La tensión inherente al concepto postsecular también se extiende a las relaciones entre razón y fe y ciencia y religión. Sin embargo, reconocer esta tensión no significa afirmar que la dimensión técnico-científica de las sociedades contemporáneas haya perdido importancia relativa frente a la dimensión religiosa. Por el contrario, como nunca antes en la historia de occidente los hombres y mujeres de hoy vivimos en un mundo técnico-científico que, de algún modo ha alcanzado el sueño de Nietzsche: no ha logrado matar a Dios, pero si desplazarlo en su función, porque ahora es posible crear y recrear la vida: es decir, la especie humana está en condiciones de clonarse a sí misma y a la naturaleza. Pero contra la actual posibilidad de la ciencia de dominar y manipular las fuentes mismas de la vida, se levanta la creencia religiosa, pues la ingeniería genética, la neurociencia y la sociobiología, entre otras, afectan nuestra auto-comprensión política como especie humana, la cual se basa en la aspiración a establecer relaciones de igualdad, la cual, en última instancia, cuando todo otro argumento es derrotado, todavía puede apoyarse en la aspiración a una igual dignidad y en el hecho de que no nos debemos la vida unos a otros.

Así que la condición postsecular emana, también, de la tensión entre la exacerbación de la dimensión técnico-científica y la correspondiente resistencia religiosa o, para decirlo con las palabras de Habermas, de la tensión “entre naturalismo y religión”. Habermas denomina naturalismo al cientificismo y su tendencia objetivante, que relega a un segundo plano todas las realidades que no pueden ser reducidas a observaciones, explicaciones causales, experimentaciones y mediciones. Por lo tanto, el cientificismo naturaliza las relaciones sociales y devalúa los enunciados morales y normativos, como los religiosos.[1]

Hay, además, otras razones para el surgimiento de la sociedad postsecular. En primer lugar, la globalización de la modernidad, que es también una globalización de la secularización y lo que ella trae consigo: el incremento del pluralismo religioso en occidente y de un desarraigo de formas tradicionales de vida en Oriente. Ello genera, por una parte, demandas religiosas de participación política, y por la otra, fuertes fundamentalismos y violentos conflictos religiosos, todo lo cual plantea la necesidad de repensar la relación entre religión y política. Es por ello, que el ataque del islam radical al semanario satírico Charlie Hebdo, ha tenido tanta repercusión mundial. Nadie mejor que Hannah Arendt para expresarlo: “Es verdad, por primera vez en la historia, que todos los pueblos sobre la tierra tienen un presente común: ningún evento de alguna importancia en la historia de un país puede permanecer como un accidente marginal en la historia de cualquier otro. Cada país se ha convertido casi en el vecino inmediato de cualquier otro país, y cada hombre siente el choque de los eventos que tienen lugar en el otro lado del globo. Pero este factual presente común no está basado en un pasado común y no está, en lo más mínimo, garantizado por un futuro común”.[2]

En segundo lugar, El surgimiento del paradigma postmoderno, para unos, o de la modernidad reflexiva, para otros, pues ambos suponen o una superación de la razón, o una razón más consciente de sus propios límites. En tercer lugar, el reconocimiento de la diversidad cultural y sexual y el surgimiento de los movimientos feministas, pues estos son fenómenos que dan lugar a polarizantes discusiones como las del aborto y la homosexualidad, que son, en el fondo, discusiones sobre el comienzo de la vida o la condición sexual de la naturaleza humana, lo que, a su vez, moviliza argumentaciones naturalista o religiosas. Y por último, el incremento de las migraciones que son, sobre todo, de los países del tercer Mundo hacia los de capitalismo avanzado o postindustrial. El primero es, relativamente, menos secularizado que los segundos. Así que los migrantes llevan a los nuevos lugares de recepción, sus costumbres y tradiciones culturales y religiosas, lo cual produce choques y enfrentamientos culturales, donde los migrantes se ven segregados o afectados en su identidad, y las sociedades receptoras experimentan la percepción de que sus factores seculares de cohesión social están siendo erosionados.

Por estas y otras razones, hoy la ciencia tiende a ser considerada como como una creencia, como una cosmovisión o “doctrina omnicompresiva” y, por lo tanto, se encuentra hoy al mismo nivel que otras orientaciones éticas y morales, que también dependen de una cosmovisión. Así que otra manera de definir la sociedad postsecular es aquella en la que saber y creer o fe y razón tiene el mismo status, están al mismo nivel; y la razón logocéntrica ya no puede reclamar una hegemonía exclusiva. Así que en la sociedad postsecular se ha venido generando una relativización de la razón y de la ciencia, lo cual ha sido una de las razones para que resurja, con fuerza, la creencia religiosa con su pretensión de reclamar el derecho de hacer aportes al debate público de los problemas de las sociedades actuales.

En síntesis, la sociedad postsecular se caracteriza por un agnosticismo creciente en el marco de la agudización de la tensión entre lo secular y lo religioso y entre fe y razón, en un mundo cada vez más globalizado, fragmentado e inequitativo. En la cultura occidental, desde Constantino, en el siglo IV d.c. hasta hoy, la fe y la razón han mantenido tensas relaciones. La Edad Media europea constituyó una relativa excepción, pues la teología cristiana intentó una simbiosis de fe y razón, para asumir la función que, en la antigua Grecia, tenía la filosofía de orientar, ética y moralmente, la acción humana. Sin embargo, cuando la modernidad estableció la hegemonía de la racionalidad, la tensión se hizo de nuevo evidente. Esta tensión supone, también, la idea de que ambas partes, dejadas a su libre desarrollo, generan monstruos: la historia ha mostrado que la razón ha conducido a la excesiva objetivación del mundo y a la crueldad científica y burocráticamente organizada; y la religión ha conducido a toda clase de fanatismos. Así pues, Habermas está en lo cierto cuando afirma que la sociedad postsecular requiere de un proceso de aprendizaje mutuo entre creyentes y no creyentes y entre creyentes de distintas confesiones. Pues si la sociedad secular ha exigido que se tome con seriedad y se respete el derecho de expresión, conquista de la modernidad, la sociedad postsecular nos impone que se haga lo propio con el derecho de quien se siente ofendido en su sentimiento religioso, por la sátira del occidente descreído.

* Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

[1] Jürgen Habermas, Entre naturalismo y Religión. Barcelona: Paidós, 2006

[2] Hannah Arendt, Men in dark times. Nueva York: Harcourt Brace & Company, 1983, p. 83. Traducción del autor.