Editorial

La Marcha Patriótica

El lunes 22 de abril tuvo lugar en Bogotá la Marcha Patriótica. Alrededor de 40 mil personas marcharon, de manera no-violenta, hasta la plaza de Bolívar. Buena parte de la ciudad se paralizó. Entre los participantes había sobre todo estudiantes, indígenas y campesinos provenientes de las más diversas regiones afectadas por la violencia. En medio de la enorme diversidad de las consignas sociales y políticas expresadas por la multitud, reinó sin duda el lema de la salida política al conflicto armado. Las reacciones no se han hecho esperar. De nuevo, como sucedió a comienzos de los años ochenta en el contexto de las negociaciones de paz del Gobierno Betancur de cara al fenómeno de la Unión Patriótica, y bajo el entendido que en su pluralidad la Marcha refleja y recoge por los menos en parte las banderas de las FARC, los líderes de opinión y en general la gente, empiezan a preguntarse ¿es la Marcha Patriótica el punto de partida de una vanguardia política que podría terminar por jalar a las FARC hacia la paz negociada, así como hacia su transformación y disolución en el seno de una fuerza política de Izquierda no violenta? ¿O se trata más bien del germen de un partido de apoyo político a unas guerrillas que aspiran a recuperar fuerzas y legitimidad para continuar su lucha armada en un horizonte temporal lejano, acaso ya no de victoria, pero por lo menos sí de mejor posicionamiento para una salida negociada?

Dada la composición social y políticamente compleja de la Marcha Patriótica, así como la imposibilidad de anticipar plenamente el sentido de su evolución, las opiniones de la gente en torno a la naturaleza del fenómeno acaso van a depender más que de la información objetiva disponible, de los prejuicios derivados de su adscripción ideológica en el seno del continuo Izquierda – Derecha. En un país altamente polarizado como el nuestro no habrán de faltar quienes, desconociendo que las circunstancias de «Guerra Fría» y de debilidad militar del Estado etc., en las cuales surgió la Unión Patriótica son muy distintas de las que han acompañando el nacimiento de la Marcha, vociferen que las FARC no han renunciado a su proyecto estratégico de establecer una sociedad comunista por la vía armada y que la Marcha es apenas un instrumento en ese nefasto propósito. El dilema representacional que ello plantea es terrible ¿debemos negar los nexos entre la Marcha y las FARC para proteger a los civiles que participaron en ella, asumiendo el costo de preservar la imagen no-política de las guerrillas y de la guerra en general? O ¿debemos más bien reconocer la existencia de nexos entre el movimiento social y la máquina guerrillera para efectos de re-visibilizar la dimensión política del conflicto y con ello, la razonabilidad de una salida política negociada, pero asumiendo el riesgo terrible de que se desate sobre la Marcha Patriótica una guerra de exterminio?

Es cierto que hasta ahora el Gobierno Santos ha sido prudente en su valoración del recién nacido. Por lo pronto ha evitado su descalificación como un simple engendro de las guerrillas. Preocupa sin embargo pensar que la caída vertical de la popularidad del Gobierno de la cual da cuenta la última edición de la Revista Semana sea interpretada en los altos círculos del poder como resultado del distanciamiento abierto entre Santos y Uribe y con ello, como un castigo al Gobierno por alejarse del rumbo de extrema Derecha exigido por su predecesor. En ese evento y para frenar la caída, podría suceder que Santos se desplace del Centro hacia la Derecha, de manera que no solamente bote la llave de la paz negociada, sino además caiga en la tentación de criminalizar y de perseguir como a guerrilleros a los integrantes de la nueva Izquierda, bajo la mirada impávida de un Polo Democrático que acaso ve en la Marcha Patriótica a un enemigo, antes que a un potencial aliado. Dios no lo quiera. Si las FARC tienen la responsabilidad de no incurrir de nuevo en un juego de «combinación de todas las formas de lucha», el Gobierno y el Estado en general, tienen, por su parte, el deber moral de no confundir y de no propiciar la confusión entre luchadores políticos y guerreros, entre civiles y combatientes.

Entre las varias razones que pueden aducirse a favor de que el actual Gobierno observe con ecuanimidad las coincidencias ideológicas entre la Marcha Patriótica y las FARC y aún los posibles vasos comunicantes entre una y otras, y para que asuma una actitud tolerante frente a la primera cabe destacar las siguientes: 1. Con ello se le envía a la extrema Derecha, un mensaje claro y fuerte en el sentido de que el Gobierno y el Estado no solamente no avalan sino que, por el contrario, reprueban de forma rotunda una política de exterminio contra la Izquierda, aún contra sus sectores ideológicamente más radicales. Lo que sucedió con la U.P. no se debe repetir. Perseguir a aquellos civiles que están bajo sospecha de tener nexos muy orgánicos con las guerrillas es tarea de los jueces, no de las Fuerzas Militares. 2. Con ello, además, se reconoce, contra la tendencia hoy hegemónica en la sociedad colombiana, agenciada tanto por la ortodoxia humanitaria como por la Derecha Uribista, que nuestro conflicto armado no es un simple fenómeno delincuencial, sino también un fenómeno político para el cual es legítimo buscar una salida política negociada. 3. Con ello se le abre el espacio a la formación de un movimiento o partido político capaz de recibir en su seno a las FARC en el evento de que se consolide en ellas la decisión de dejar las armas, desmovilizarse y reintegrarse a la vida civil. Grandes banderas históricas como la de la redistribución de la tierra y la de la soberanía minera y energética volverían entonces a tener un agente y custodio. Para el efecto sería necesario, por supuesto, que se restaure plenamente la posibilidad constitucional de que quienes han hecho parte de grupos armados participen en la vida política del país. Y por último, 4. Con ello se ponen las bases de una paz sostenible. Y es que a diferencia de las concepciones más bien consensuales e identitarias de la democracia –por ejemplo como democracia dialógica- hoy prohijadas por el neo-liberalismo triunfante a escala global, las cuales por no contar con válvulas de escape internas para tramitar diferencias profundas se ven obligadas demasiado fácilmente a expulsar dichas diferencias y a combatirlas como al peor de los enemigos; una concepción agonista de la democracia, que resulte de la transformación de los enemigos militares en adversarios políticos, deberá, en cambio, ser capaz –por lo menos en la medida en que conserve la memoria de sus orígenes- de contener en su seno discursos verdaderamente antagónicos. Su pluralismo, si bien no absoluto, deberá ser sin duda mucho más radical.

*Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política