Editorial

En un corto período han muerto varias personalidades de la música con las que crecimos los «hoy no tan jóvenes.» Más que referirme a las circunstancias trágicas del fallecimiento de personas famosas, lo que motiva este escrito es una reflexión sobre sus funerales. Estos, han sido eventos cargados de significados, que arrojan luz sobre el espíritu, unas veces noble y asertivo, otras veces pequeño y mezquino, de los difuntos y/o sus allegados.

Me explico. En 2008 murió de cáncer Richard Wright, teclista y fundador del mítico grupo Pink Floyd. Casi nadie sabía de la enfermedad terminal del músico y ante su deceso, todo se manejó con discreción y decoro. La propia familia de Wright solicitó a la prensa y a los seguidores de los Floyd respeto a la privacidad del dolor y el duelo. Y así fue: a Wright lo enterraron como a cualquier ciudadano anónimo, sin aspavientos y rodeado de sus seres queridos.

Caso muy distinto fue el de Malcolm McLaren, quien también murió de cáncer en 2010. McLaren no fue músico, pero sí el manager de los Sex Pistols y uno de los creadores del género punk. Por voluntad del propio McLaren, su funeral fue un evento excéntrico y ruidoso. Su ataúd (con la inscripción en letras grandes too fast to live, too young to die) transitó por las calles de Londres en un carruaje tirado por caballos, seguido por un cortejo de punks y un bus con música de los Pistols a todo volumen. Como última voluntad, McLaren pidió a los punks que lo recordaran no con «un minuto de silencio,» sino con «un minuto de caos.» Y bueno, el funeral resultó todo un espectáculo, pero uno ceñido a la voluntad de McLaren, quien quiso despedirse del mundo a en su ley: rompiendo vidrios y con un buen escupitajo.

Otro tipo de espectáculo se dio con las muertes de Michael Jackson en 2009 y Whitney Houston este año. Los funerales también fueron un show, pero de otro tipo: pura ostentación. En ambos casos se utilizaron ataúdes dorados y las ceremonias fueron transmitidas en directo por televisión. Según la prensa sensacionalista, Houston fue enterrada con joyas avaluadas en quinientos mil dólares, es decir, mil millones de pesos.

¿Cómo interpretar estos últimos funerales? Porque el mensaje de los dos anteriores fue bastante directo. En el de Wright, se dio a entender que la fama de músico no obstaba para hacer un funeral estrictamente privado y familiar. McLaren, en cambio, quiso hacer de su funeral un evento público de saludo a la bandera punk. Fue un acto para recordar a los ingleses (y al mundo entero) que él ayudó a inventar un sello musical indeleble, con un mensaje peculiar.
¿Y los funerales de Jackson y Houston? Cuesta trabajo interpretarlos. La verdad no sé si lo de los ataúdes dorados hizo parte de sus testamentos (¿hubo testamentos?), pero lo dudo. Probablemente los detalles funerarios quedaron a cargo de las respectivas familias. En cualquier caso, la ostentación se presta a distintas interpretaciones.

La primera, es que fue un acto de ostentación en sus propios términos, es decir, un acto clasista. A lo largo de la historia varios ritos funerarios han llevado ese mensaje. De otra manera no se explicaría que los faraones en Egipto fuesen enterrados en enormes pirámides, o que algunos ricos y poderosos construyeran suntuosos mausoleos. Por así decirlo, así como es esperable que las celebridades y los millonarios compren Ferraris, sería también apenas lógico que en sus funerales opten por ataúdes dorados.
Pero algo no cuadra en esa explicación. Hoy por hoy, los mausoleos parecen ser cosa del pasado. Y a diferencia de las marcas de los carros, el material con el que están hechos los ataúdes no parece trasnochar a las celebridades. Finalmente, no hay equivalencia entre el disfrute que puede producir un Ferrari a su dueño, y el goce que puede producir un ataúd dorado a un… ¡cadáver!

Esto me lleva a un segundo nivel de explicación. La ostentación pudo haber sido un acto de reafirmación de identidades. Jackson y Houston no fueron tan solo celebridades, sino personas famosas caídas en desgracia. Y no cualquier desgracia. Las denuncias probadas sobre la pederastia de Jackson, así como la adicción al crack de Houston, dan cuenta de que ambos sondearon las profundidades de la miseria humana.

De ahí que los funerales con ataúdes dorados y transmitidos por televisión quisieran reafirmar públicamente la identidad de Jackson y Houston en sus mejores tiempos. Probablemente las familias de ambos buscaron que los televidentes recordaran lo bueno y se olvidaran de lo malo. Por así decirlo, los ataúdes dorados no se ven bien si son ocupados por pederastas y adictas al crack. Eso sería inadmisible! Son ataúdes excepcionales, apropiados sólo para moradores de la más fina estirpe De ahí que el mensaje de ostentación se pueda interpretar en términos de, «que nadie se equivoque: aquí yacen los restos de un rey y una reina del pop, y no de escoria humana.»
Pero esta explicación presenta a los allegados de Jackson y Houston como personas exclusivamente interesadas en preservar el buen nombre de las celebridades. Quizás la historia sea un poco más enredada que eso.

Un tercer nivel de explicación plantea que la ostentación pudo tener un carácter expiatorio de culpas de los allegados a las celebridades. Muchas celebridades experimentan la soledad de la fama y el poder. Entre más famosa (e idealizada) una persona, más lejana e inalcanzable. La gente común no puede relacionarse normalmente con sus ídolos, y eso crea una barrera que aísla socialmente. A las celebridades les sobran los aduladores, pero les falta la cercanía y franqueza del trato cotidiano. Las adicciones se parecen a la fama en términos de que también aíslan, pero no por cuenta de la admiración extrema, sino del rechazo social: nadie quiere a los borrachos perdidos y a los adictos.

La distancia, por supuesto, no aplica para las familias de las celebridades. Por más famoso que sea, un hermano es, por encima de todo, un hermano, y no un ícono inalcanzable. Y si un famoso cae en desgracia a causa de una adicción o conducta reprochable, se espera que todos lo repudien menos la familia. A lo que voy es que, quizás las familias tuvieron su cuota de responsabilidad en las muertes de Houston y Jackson. Probablemente no los acompañaron lo suficiente durante los años de gloria y soledad, y tampoco les brindaron mayor apoyo cuando era más necesario, en los tiempos de adicciones y desgracias.

Para completar, muertas las celebridades, sus allegados acabaron siendo los usufructuarios de jugosas regalías, que les permitirán vivir a punta de caviar y champaña per secula seculorum. ¿Cómo expiar el sentimiento de culpa? Con ataúdes dorados y funerales pomposos, lo que transmite el mensaje de que, «a pesar de que le dimos la espalda a nuestro pariente famoso en momentos de necesidad, y ya no podremos agradecerle por las regalías, al menos en esta ceremonia no escatimamos en gastos: miren todos el oro del ataúd… miren las joyas que se traga la tierra…».

Algunos pensarán que esto es darle demasiadas vueltas a un funeral, pero el oro de los ataúdes encandelilla. Y cuando uno no ve bien, piensa en cosas que jamás se le habrían ocurrido en presencia de un simple ataúd de pino.

 [**] Profesor Asociado, Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes