Editorial

En sus palabras de inauguración ante el Comité de Justicia Transicional en Mocoa el 23 de enero, el Presidente Juan Manuel Santos invitó a todos los presentes a mirar al futuro con una actitud positiva.  Y de hecho había razones para celebrar entre algunos en el público, aunque estos no hubieran sido reconocidos por los oficiales en la tarima. Sentada atrás de los concejales, alcaldes y otros invitados de honor llegados de Bogotá, estaba la presidenta de la Alianza Departamental de Mujeres “Tejedores de Vida.”

Este grupo de mujeres valiosas de unieron en el 2003, durante los años más violentos que azotaron el departamento. Desde entonces, con un grupo de voluntarios y el apoyo de varias organizaciones no gubernamentales nacionales e internacionales, realizaron actividades de apoyo, protección y ayuda mutua entre mujeres de los trece municipios del departamento. Varias de sus dirigentes han sido asesinadas, otras desplazadas, y a pesar de ello siguen buscando la forma de apoyar a las mujeres que sobrellevan la doble encrucijada de la violencia política e intrafamiliar, la inseguridad económica y los persistentes actores ilegales armados en la región. Sus labores fueron reconocidas cuando ganaron el premio Franco-Alemán de Derechos Humanos Antonio Nariño, otorgado por las embajadas de Francia y Alemana el 13 de diciembre del año pasado.

El significo del premio se siente en distintos ámbitos. Era la oportunidad de algunas de las mujeres líderes de llegar a Bogotá a pasar una tarde en un centro de convenciones elegante, con múltiples brindis de vino y de recibir los abrazos de los embajadores. Pero más importante aún es el elevado perfil, la protección que implica tener amigos y conocidos en altas esferas diplomáticas. Una estrategia tradicional de defensores de derechos humanos en Colombia y en todo el mundo, recae en el hecho de que la presión desde afuera, desde ciertos países de Europa y los EEUU, tiene más peso político que sus propias palabras. Este reconocimiento también les abre puertas en su región, hace que los alcaldes y otros oficiales las reconozcan como legítimas.

En mirar hacia el futuro, como propone Santos, las mujeres de la Alianza intentan construir políticas públicas para las mujeres basadas en sus realidades, no en el regalito de una flor el Día de la Mujer y en Jornadas de Aseo Público en los Parques, programas reales de la Oficina de la Mujer en la región en los últimos años. O con propuestas productivas, de salud, de comisarías de familia que responden a los altísimos niveles de violencia familiar en la región. En una región en donde los asuntos de la mujer todavía recaen en las esposas de los oficiales, tendrán un largo camino, pero ahí van.

Las mujeres de la Alianza también insisten en que no hay que perder de vista el pasado, y una parte importante de su tarea es hacer memoria. En el actual boom de la memoria que vive Colombia, con la nueva ley de víctimas, con las muchas comisiones y actividades, no hay que olvidar que la memoria viva está saliendo a flote en muchas comunidades y de muchas formas. La Alianza marca memoria de las múltiples violencias que han vivido en el Putumayo. Lograron construir un memorial a mujeres que han matado, llamado Un muro de la verdad, en la plaza principal de Mocoa, que lleva los nombres de 170 mujeres. El septiembre pasado organizaron un homenaje a las hermanas Galarraga, uno de los casos más dramáticos que ha visto el país, en la cual cuatro jóvenes entre 12 y 18 años fueron desparecidas, violadas y torturadas por paramilitares el primero de enero de 2001. Gracias a la labor incansable de su madre, Blanca Galarraga con su hija sobreviviente, los restos de Monica Liliana, Maria Nelly, Yenny Patricia y Nelsy Milena fueron encontrados y enterrados a medianos de 2010. La Alianza organizó una marcha por tres de los municipios, con un teatro ambulante, con flores y llanto, con consignas y pancartas. Pintaron las calles con figuritas de pies descalzos, haciendo camino de los que ya no están. Montaron cien sillas vacías en la plaza principal de Mocoa. Así abrieron espacio para nombrar a los ausentes, ya que muchos están buscando el paradero de sus seres queridos desaparecidos, o buscando justicia para los actos de violencia de impactaron sus familias.

En su trabajo por la memoria, las mujeres de la Alianza ofrecen valiosos lecciones para el país. Durante su discurso, el Presidente Santos llevo a cabo un acto simbólico de entregar un cheque de reparación a dos víctimas del conflicto en la zona. Sin embargo, de pronto el acto simbólico fue más diciente de lo que planearon: una forma de callar al pasado, entregando dinero a unos victimas cuyos casos no se nombraron, cuyas voces no se escucharon. El trabajo de la Alianza nos recuerda que para mirar hacia el futuro, hay que saber el camino cursado, hay que nombrar por nombre propio los dolorosos hechos.

*Winifred Tate es profesora asistente de Antropología de Colby College y profesor visitante en la facultad de Ciencia Politica de la Universidad de los Andes. Su trabajo de campo con la Alianza departamental del Mujeres del Putumayo hace parte de una investigación sobre los orígenes y los impactos del Plan Colombia.