Editorial

Hace tan solo dos ediciones de DePolítica el profesor Mario Chacón de la NYU-AD compartió un sesudo análisis sobre algunos mecanismos subyacentes al fenómeno de la «Primavera árabe». En dicha reflexión advertía cómo el éxito de las demandas populares frente a los regímenes autoritarios y monárquicos en Medio Oriente y el Norte de África, a favor de representación y libertad política, depende críticamente de la capacidad de organización de la sociedad civil y de los costos de reprimir dichos movimientos por medio de la fuerza.

¿De qué manera podemos entonces leer los continuos estallidos de las protestas y movilizaciones dentro de algunos sistemas democráticos en Europa y América latina? ¿Cómo entender la paquidérmica respuesta de los gobiernos democráticos a escenarios que cada vez se asemejan más a las paranoicas fantasías que engendraron expresiones del apocalipsis social capturado caricaturescamente por filmes salidos de la mente eufemística de George Romero, o de escenarios como los descritos en Escape de Los Ángeles o Robocop? ¿Estamos sin remedio avocados a recorrer el sendero de las profecías de ultra derecha al mejor estilo de las milicias estadounidenses, del Tea Party o de la «Broken Britain» con la que de David Cameron venció en las elecciones de 2010? Muchas preguntas, y por el contrario pocas y lánguidas respuestas. De pronto y de manera preocupante, escasea la materia gris.

Las revueltas vividas a lo largo de este año en España, Grecia, Chile y el Reino Unido, parecen ser el síntoma de un malestar que velozmente abandona su estado de latencia, se manifiesta y expande a través de un occidente que no quiere reconocer la crisis de un modelo de sistema político capturado por la codicia de un mercado financiero que cada vez está más desconectado con las necesidades, expectativas y dilemas cotidianos de sus ciudadanos. Las respuestas toman diferentes matices: la radical alternativa de resistencia auto-organizada griega, la demanda por control social de los políticos de los Indignados españoles, la invisibilizada e ignorada movilización de los estudiantes chilenos, o el carnaval de violencia de los Hoodies británicos.

Tras una desesperada búsqueda de luces en las páginas de la memoria, de teorías, modelos y volúmenes académicos, opiniones calificadas en programas de TV, prensa especializada, sitios web y redes sociales, son pocas las explicaciones. Ted Gurr se pone de moda de nuevo, todo el mundo habla de privación relativa. En los casos más positivos sociólogos, siquiatras y sicólogos sugieren factores causales atados a la exclusión social, la ruptura de las unidades familiares y la negativa relación a nivel local entre cuerpos de policía y las comunidades más deprimidas. Otros denuncian el efecto del rampante desempleo, la influencia de la cultura de pandillas promovida por el hip hop y el rap, la decadencia moral del primer mundo, el oportunismo criminal, y de manera más cuerda: el aburrimiento. En los casos más tristes los expertos invitados de Fox News y de la prensa conservadora culpan a los excesos generosos de las políticas del Estado de Bienestar cuyo único resultado es una creciente, ociosa y peligrosa «turba liberal» (an angry liberal mob), de vuelta al pasado al contexto que promovió a Maggie Thatcher (flamante mentora del señor Cameron).

Macartismo, paranoia y radicalismo. Menos demanda por razón y mucho reclamo por fuerza. Mucho miedo y poca política. Sorprende la escasez de perspectivas sensatas. Ante el silencio de la academia hasta Hulk Hogan -el tristemente célebre luchador gringo- ofrece soluciones. Sin embargo, en medio del desierto intelectual brillan reflexiones inquietantes como la de Zygmunt Baumann o la de Slavoj Zizek, quien (de pronto sin saberlo) parafrasea el título de una ya vieja canción de los Smiths ‘Shoplifters of the world unite…’.

Y mientras que The Economist se preocupa por el futuro de la marca Londres de cara a las próximas olimpiadas, y todo el mundo culpa a facebook, twitter y BlackBerry por la coordinación de los desordenes, recomendamos al amable lector darle un chance a humoristas como Bill Maher o Russell Brand y su ensayo «Big Brother isn´t watching you»; o desempolvar viejas canciones como London is Burning de The Clash, Democracy de Leonard Cohen o Los Angeles is Burning de Bad Religion, a manera de banda sonora mientras la academia se anima.

Para la reflexión una perla: «Things got out of hand & we’d had a few drinks. We smashed the place up and Boris (Johnson) set fire to the toilets» – David Cameron, 1986.

* Profesor Asistente y Director del Semillero de Investigación en Conducta Humana y Ciencia Política, Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana

** Ciudadana londinense, escritora y viajera, graduada de la University of Nottingham en Mathematics and Computer Science, ex-analista de inversiones para Pall Mall Investment Management y Picus Management LLP .

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