Editorial

Hace exactamente un año, en octubre de 2009, Nicolás Morales Thomas, actualmente editor de la Universidad Javeriana, reaccionó en la edición 102 de la revista El Malpensante a un artículo publicado unos meses antes en la misma revista por Pablo Uribe, ex editor de la Universidad de Caldas, en la edición 97 de mayo de 2009. El primer artículo titulado “La farsa de las publicaciones universitarias” no era más que una diatriba en contra de la producción académica de las universidad públicas. Según el autor, lejos de generar conocimiento y contribuir al avance de las disciplinas mediante una discusión abierta, las revistas y libros académicos responden a intereses monetarios de autores y editores, quienes con el afán de incrementar salarios producen manuscritos de todo tipo, como revistas, libros, y hasta ‘notas de preparación de clase’. Más escritos representan más puntos para el autor y por lo tanto un incremento salarial mayor y todo esto a costa de la calidad de lo que se escribe y de verdaderos aportes académicos. Según Uribe, para lograr que los académicos publiquen, la ley definió incentivos monetarios que terminaron generando resultados perversos: publicaciones sin calidad.

En el artículo titulado “El Manizales Truman Show”, Morales realizó una réplica a los planteamientos de Uribe y, sin dejar de reconocer los muchos problemas que esta industria lleva consigo, resaltó en justa medida las bondades de la misma. Muchas de las publicaciones universitarias, previamente evaluadas por «pares académicos», son el resultado de investigaciones juiciosas y rigurosas llevadas a cabo por profesores, investigadores y estudiantes. Morales presenta un panorama general, y difícilmente exhaustivo, de textos que han marcado hitos en una disciplina en particular: la historia. Aclara que las otras ramas de las Ciencias Sociales también han hecho aportes significativos que han servido para alimentar el conocimiento. Su balance sobre la materia es en general positivo y alentador.

Desde mi posición reciente de coeditora de la revista del Departamento, Colombia Internacional, me identifico más con la segunda posición que con la primera. Creo que divulgar el conocimiento que se gesta y desarrolla en las universidades es una de las labores y compromisos que tenemos como académicos. Por supuesto, un requisito indispensable es publicar artículos y libros con rigor académico y bien escritos, así como filtrar en la medida de lo posible, los manuscritos «contrahechos y triviales» a los que se refiere el primer autor arriba citado, según el cual se aprueban dentro de la lógica perversa promovida por el mismo Estado. No filtrar lo que no sirve cuestiona la calidad de las revistas, a la vez que las aleja de la posibilidad de lograr su ‘indexación’. Ahora bien, la aspiración por acceder a bases de divulgación reconocidas —por ejemplo, Thomson Reuters— debería estar dirigiendo a los editores y a sus revistas a hacer esfuerzos por promover líneas editoriales, a generar debates, a llamar la atención de otros colegas disciplinares y a cuidar los criterios propios a partir de los cuáles se toman decisiones. Difícil tarea en mundos académicos pequeños como en el que estamos ubicados. No por esto debería ser una misión imposible de lograr. Justamente a eso deberíamos apuntar, entre otras cosas, a motivar a nuestros colegas (conocidos y desconocidos) a publicar trabajos de alta calidad. Con ello contribuiríamos también a acrecentar nuestros círculos académicos.

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