Editorial

Este es el último boletín que se publica durante la era Uribe. A partir de mañana el país entrará a la era post-Uribe. La pregunta que muchos nos hemos hecho es qué tan diferente va a ser la administración de Santos. Creo que veremos cambios importantes de forma pero no de fondo. A pesar de ser el ungido, el núcleo de la coalición que apoya a Santos es fundamentalmente diferente al núcleo de la coalición de nuestro ubérrimo presidente Uribe. Los recientes nombramientos en el gabinete indican que el grupo más cercano a Santos está conformado por tecnócratas de corte urbano, mientras que Uribe está rodeado de políticos con vínculos más rurales y en muchos casos ilegales. Esto hará que se produzcan cambios en algunos temas como las relaciones institucionales y la institucionalidad. Sin embargo habrá continuidad en la orientación de muchas políticas. Esto es bueno en el tema de la lucha contra las guerrillas, pero preocupante en el tema de pobreza y desigualdad.
 
 En términos de relaciones internacionales, tras ocho años de políticas erráticas y francos yerros, hemos llegado al extremo de que la frase «diplomacia uribista» se haya convertido en un oxímoron. Por tanto hay gran expectativa sobre lo que pueda hacer Santos para enmendar las relaciones con Ecuador y Venezuela. Igualmente, es plausible que Colombia vuelva a jugar un papel importante en el contexto regional luego de acercamientos con Argentina, Brasil y Chile, por ejemplo.
 
 Otra área grande en la que es previsible que se produzcan cambios es el de las relaciones interinstitucionales. Uribe no sobresalió por su respeto hacia otras ramas del poder público y el concepto de separación de poderes le era ajeno. No en vano se despide de la presidencia demandando por prevaricato a un magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Santos ya ha dado muestras de entender mejor y respetar la estructura del estado volviendo a escindir los ministerios fusionados por Uribe. Es por tanto de esperar que las formas y procedimientos democráticas vuelvan a prevalecer.
 
 Por último quiero señalar un tema en el que posiblemente no haya cambios, lo cual es preocupante. Tras repetirlo ad nauseam, uno de los componentes del mantra uribista (o uno de sus huevitos, para usar la metáfora agro-gonádica), la cohesión social, fue claramente un fiasco. Mientras que en seguridad e inversión el gobierno tiene cifras para mostrar cumplimiento de metas, la situación social es grave. Sólo por mencionar algunos temas, la crisis del sector salud es severa y el desempleo ha aumentado. Igualmente, hay un tema aberrante al que se le ha prestado poca atención: la inequidad. Colombia está ubicada en el puesto 136 entre 141 países en su índice de Gini. Así, en términos de desigualdad, ya superamos a Brasil y sólo estamos mejor que Haití en la región. Esto es un asunto tan vergonzoso como alarmante, el cual es resultado de las políticas económicas del gobierno. Paradójicamente, la situación en algunas grandes ciudades ha mejorado —la pobreza en Bogotá se ha reducido notoriamente— lo que implica que la pobreza a nivel rural debe ser más aguda.
 
 Lo grave es que no es claro que el gobierno de Santos tenga intenciones de cambiar drásticamente esta situación. Su orientación política hace previsible que continúe el modelo económico prevalente que favorece la concentración de la riqueza. Sin embargo, no hay duda que el cambio de gobierno ofrece una ventana de oportunidad importante para poner en marcha políticas de redistributivas y de alivio de pobreza para resolver algunos de los problemas más graves de nuestra democracia.
 
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