Editorial

En un gesto unilateral, el 28 de marzo de 2010 las FARC liberaron al soldado Josué Daniel Calvo, dos días después al soldado Pablo Emilio Moncayo y luego entregaron los restos del Coronel Julián Ernesto Guevara, muerto en cautiverio. Las FARC presentaron esto como evidencia de su voluntad de llegar a un acuerdo con el gobierno sobre el tema del canje.
 
Esta semana se supo de otro gesto, esta vez de parte del gobierno del presidente Uribe. El Comisionado de Paz, Frank Pearl, propuso a las FARC llevar a cabo negociaciones de paz secretas, en el exterior y con una agenda abierta. Se divulgó la noticia porque las FARC rechazaron públicamente la propuesta de Uribe con el argumento de que no tiene sentido empezar a negociar pocos meses antes de un cambio de gobierno y que, de realizarse, las conversaciones de paz debían hacerse “de cara al país y en Colombia”.
 
Los dos fueron gestos de paz significativos. En cuanto a las FARC, aunque durante el gobierno de Uribe ha habido otras liberaciones de secuestrados, ésta es la oportunidad donde menos show mediático ha habido. Las liberaciones anteriores tuvieron una carga publicitaria pesada, con un enorme protagonismo de Chávez y Piedad Córdoba. Esta vez no. Las liberaciones fueron discretas y se produjeron quince días después de las elecciones parlamentarias, en las que fue reelecta senadora Piedad Córdoba. Con ello no se sostiene el argumento de que las FARC manipularon las liberaciones para impulsar la candidatura de Córdoba. 
 
Llama en todo caso la atención que las liberaciones se produjeron en la etapa final de la campaña presidencial de 2010. Esto indica que el gesto tuvo una intención política, más allá del aspecto humanitario (aunque las dos cosas no son mutuamente excluyentes). Pero ¿cuál fue el sentido político del gesto de las FARC? 
 
Mi interpretación es que el gesto no iba dirigido sólo (o principalmente) al presidente saliente, sino a los candidatos presidenciales. Con este gesto, las FARC mandaron el mensaje de que pueden hacer concesiones unilaterales y cumplir, es decir, que con la guerrilla se puede eventualmente llegar a un acuerdo. Lo extraño es que el gesto no tuvo un destinatario claro. 
 
Quizás las FARC esperaban el guiño de algún candidato presidencial para que, en la recta final de la campaña, quedara el mensaje de que “con el candidato x se podría alcanzar la paz negociada con la guerrilla”. Pero nadie picó ese anzuelo. Ante el gesto de las FARC todos los candidatos se quedaron mudos. La cosa no era con ellos. En efecto, todos le han apostado al continuismo, es decir, a seguir con la línea dura frente a las FARC. Nadie se ha atrevido a proponer una negociación con la guerrilla, tema tabú de la actual campaña. Si alguien lo hiciera sería automáticamente acusado(a) de “hacerle el juego a las FARC”. De ahí a ser castigado(a) por un electorado claramente radicalizado a favor de la vía militar el paso es muy breve.
 
Pero así como los actuales candidatos no pueden apostarle a la negociación de paz, so pena de perder las elecciones, tampoco pueden hacer una promesa creíble de derrotar a la guerrilla en el corto y mediano plazo. La estrategia de guerra tiene rendimientos decrecientes. Muchos ciudadanos percibieron una ganancia neta en materia de seguridad durante los dos gobiernos de Uribe. Una cosa eran las FARC metidas en (o muy cerca de) las principales ciudades, cometiendo atentados y amenazando a sectores claves de la economía; otra muy distinta son las FARC hoy, replegadas, escondidas en la selva y a la defensiva. 
 
¿Cuál es el paso siguiente? Idealmente derrotar definitivamente a las FARC, pero eso es mucho más difícil de lograr. Probablemente uno pueda citar el caso de Sendero Luminoso en el Perú y uno que otro más, pero no abundan los ejemplos de guerrillas que hayan sido definitivamente doblegadas en el campo de batalla. De ahí que ningún candidato pueda hacer la promesa creíble de que su gobierno va a obtener una victoria militar sobre la guerrilla. A lo sumo pueden prometer mantener lo ganado por Uribe, lo que no va a generar una percepción de ganancias sustanciales en materia de seguridad en los ciudadanos. 
 
Quizás la propuesta del gobierno de Uribe a las FARC de sentarse a negociar refleje justamente eso: el convencimiento del propio presidente de que el trecho que hay desde el repliegue de la guerrilla hasta la victoria militar es largo, culebrero y muy sangriento. Con todo y los logros de Uribe, la victoria militar es muy incierta. 
 
¿Pero por qué las FARC rechazaron la propuesta de Pearl? ¿Fue desacertado el contenido o el momento de presentar la propuesta? Yo argumentaría que ninguno de los dos. En cuanto al contenido, la propuesta del gobierno fue acertada, dado que negociar en Colombia es casi imposible (por el antecedente del Caguán) y hacerlo “de cara al país” es una receta destinada al fracaso, que se presta para todo tipo de payasadas (como ocurrió en el Caguán). Nótese además que, a diferencia de otras veces, esta vez la oferta del gobierno fue seria: en otras oportunidades el listado de precondiciones que ponía el gobierno para sentarse a hablar con la guerrilla era interminable o imposible de cumplir. Las precondiciones usualmente son indicios de falta de voluntad política para negociar. Esta vez no hubo precondiciones. 
 
¿Fue entonces una buena propuesta que se hizo en un momento equivocado? Tampoco lo creo, contrario a lo afirmado por las FARC. Sobran los ejemplos de negociaciones de paz que se inician en un gobierno, continúan en otro y concluyen en otro más. Es decir, empezar a negociar a pocos meses del cambio de gobierno no era un verdadero obstáculo. Y el timing de la propuesta de Pearl fue bueno en otro sentido: las ofertas de negociaciones de paz se hacen ante gestos concretos de la guerrilla y no frente a manifestaciones puramente retóricas de una supuesta “voluntad de paz”, que se contradicen con los hechos. El Consejero de Paz al menos debía intentar la vía del diálogo en momentos en que las FARC se dignaron a hacer uno de los poquísimos gestos de buena voluntad de los últimos tiempos, máxime tratándose de (según las mismas FARC) la ultima liberación unilateral de secuestrados.
 
La negativa de las FARC fue por otra razón. Además de mandar un anzuelo a los candidatos presidenciales, probablemente las FARC querían negociar el canje pero no la paz con el actual gobierno. Lo que menos querrían las FARC es iniciar un verdadero proceso de negociación con Uribe. Porque donde eso llegara a funcionar, Uribe pasaría a la historia no sólo como el presidente que logró poner a las FARC en su lugar, desarticular a varias de sus estructuras y sacar de circulación a varios de sus comandantes, sino como el que inició el proceso de paz que llevó a la desmovilización de la guerrilla más antigua y fuerte de Colombia. Si eso llegase a pasar, las propias FARC habrían contribuido a lo que, desde su perspectiva, sería equivalente a “canonizar al demonio”.
 
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