Editorial

Hace veinte años, específicamente en la noche del 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín. Este era, al mismo tiempo, el símbolo más notorio de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos y de la división de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Yo crecí en el lado oriental de la “cortina de hierro”, en la ciudad de Leipzig, en la República Democrática Alemana (RDA). Como resultado, y más allá de la relevancia histórica que tiene para cualquier politólogo, el 9 de noviembre de 1989 tiene un significado especial para mi vida personal.

En el otoño de 1989 yo estaba en el último año de secundaria. Si bien el cambio se había venido sintiendo en la RDA durante las semanas anteriores, nadie esperaba que el Muro cayera simplemente en una noche, allanando así el camino hacia el final de la Guerra Fría y la reunificación de Alemania menos de un año después. En septiembre de 1989, un pequeño grupo de personas, inicialmente no más de algunos cientos, salieron a las calles de Leipzig y de otras ciudades para exigir reformas políticas y económicas en la RDA. Durante el mes siguiente, y en la medida en que las personas superaban el miedo de una reacción violenta del Estado contra las protestas, el grupo se incrementó a varios de miles. Bajo el slogan “¡Somos el pueblo!”, los manifestantes reclamaron libertad y democracia en la RDA, mas no la reunificación de Alemania. Sin embargo, una vez derribado el Muro de Berlín, sus exigencias cambiaron rápida y drásticamente. Unirse lo más rápido posible con Alemania Occidental (”¡Somos un pueblo!”) se convirtió en la principal prioridad de la abrumadora mayoría de la población de Alemania Oriental. Dada entonces esta expresión inequívoca del deseo popular, el tren hacia la reunificación de Alemania el 3 de octubre de 1990 se tornó indetenible después del 9 de noviembre de 1989.

En los últimos veinte años muchos árboles han sido talados para la impresión de artículos y libros que discute el significado y las consecuencias de aquel 9 de noviembre para el mundo; por ejemplo los que se reseñan aquí). Quiero dejar a mis colegas en el Departamento la discusión sobre los efectos específicos para el contexto colombiano ¿Qué significó para mí el 9 de noviembre? Sé que puede sonar un poco patético o cursi, pero la palabra que primero invade mi mente es libertad. Yo no fui un héroe, en ningún sentido de la palabra, mientras crecía y vivía en Leipzig. No participé en ninguna de las protestas del otoño de 1989. Simplemente, yo no podía imaginar un mundo donde el sistema socialista y la RDA pudieran meramente desaparecer. Sin embargo, me sentí embargado de alegría y emoción cuando el Muro cayó. Me he beneficiado de los cambios que siguieron de muchas formas: he podido viajar adonde quiera, comprar los productos que desee y estudiar la carrera que prefiera en la universidad que prefiera. Al mismo tiempo, soy plenamente consciente del hecho de que mi caso no es, de modo alguno, representativo de todos los alemanes orientales, especialmente de aquellas generaciones antiguas cuya alegría inicial fue eclipsada rápidamente por la novedosa experiencia del desempleo. Aun así, todos sentimos lo mismo el 9 de noviembre de 1989: nosotros, los habitantes de Alemania Oriental, no estábamos solamente observando la historia mundial: la estábamos haciendo.