Editorial

Decálogo del aprendizaje*

Aprender es una acción que nos acompaña a lo largo de toda la vida; es una sensación connotada de sentido positivo, de una emoción reconfortante. Unas veces irrumpe en la mente a través de una idea nítida después de un proceso de arduo esfuerzo intelectual y otras necesita largos periodos de tiempo para ir emergiendo a la superficie de la conciencia, revelándose como eso que podríamos llamar sabiduría de vida.

La universidad es, por definición, un espacio de la vida social orientado, fundamentalmente, a producir y difundir conocimientos – ideas, argumentos, contra-argumentos, preguntas… La universidad es una fábrica de alimento intelectual pero, no por ello, deja de ser una fuente de lecciones de vida para quienes la habitamos en el día a día. Y, justamente, lo que quisiera hacer en estos breves minutos es expresarles a ustedes, estudiantes, un decálogo del aprendizaje que no es un recordatorio de lo que aquí les hemos enseñado sus profesores, los libros…, sino un decálogo sobre lo que ustedes, mis estudiantes, me han hecho aprender a mí en estos cinco años de docencia en la Universidad de los Andes.

Ustedes, en la rutina de las aulas, me han educado como ser humano, social y político porque me han provocado constantemente la necesidad de interrogación, me han obligado a la auto-reflexión. Y, en este momento de la intimidad de un desayuno, les confieso 10 valiosas cosas que de ustedes he aprendido:

1.- He aprendido la noble acción de escuchar. A predisponer mi atención – mental y corporal -, de forma respetuosa y plenamente consciente, ante cada mano que se alzaba en clase y presentaba en público una pregunta, una reflexión relacionada con el tema o una observación crítica sobre aquello que yo misma estaba diciendo.

2.- He aprendido la sutil habilidad de la inteligencia emocional. A balancear la preocupación por la calidad de los contenidos de la clase (la materia dura del conocimiento) con la preocupación por la calidad de mi capacidad de observación, sensibilidad, intuición y empatía hacia las personas que asistían a clase. Me han enseñado la importancia de detectar no sólo qué saben y qué aprenden en clase, sino a apreciar cómo se sienten ante la labor del aprendizaje.

3.- He aprendido a digerir la incomodidad inicial que provoca la interculturalidad. A someter el lenguaje de los colombianos a un permanente escrutinio durante años para atisbar el contenido semántico y la sintaxis social implícita en términos y expresiones para mí ajenos como: “qué pena con usted”, “me regala una cita”, “las falencias de tantas cosas…”, los rodeos expresivos interminables a un problema que entendí es parte de la forma de ser de los colombianos “rolos”; la amabilidad infinita y las interminables palabras de protocolo, así como expresiones – en el catálogo de las palabras malsonantes o de la jerga informal – como “marica”, “chinos”, “viejos y viejas”, “monos, monas, monitos y monitas”, “una chimba…” – difícil de saber cuándo su connotación es positiva o negativa.

4.- He aprendido la maravillosa capacidad creativa del espíritu humano.A apreciar con admiración e infinita curiosidad las habilidades y múltiples facetas creativas de la vida de mis estudiantes. Ese estudiante de Introducción a RRII que me sorprendió con la escritura de una novela con 23 años; esa estudiante que trazaba las líneas de dibujos de comic con tanta habilidad como frescura y destreza; ese estudiante que, repleto de materias, me explicaba emocionado el entusiasmo que sentía cada vez que asistía, voluntariamente, a un curso sobre literatura medieval en portugués – y confesarme que tan solo estaba empezando a estudiar el idioma.

5.- He aprendido el arte de la reconciliación con el tiempo acelerado de nuestra época. A parar y reflexionar a partir de interpelaciones de mis alumnos como hacerme notar que hablaba demasiado deprisa a través de las evaluaciones de los cursos o solicitarme algo con una frase introductoria que se empezó a reiterar: “Ángela, sé que no tienes mucho tiempo pero…”. Ustedes me obligaron a esforzarme a tener tiempo, a vivir sin miedo el tiempo, a entender que la vida es tiempo, es un proceso lleno de posibilidades en cada instante que nos perdemos por esa coletilla tan típica de “si tuviese tiempo…”. Un pensador estadounidense del siglo XIX, Henry Van Dyke, dijo una vez: “el tiempo es demasiado lento para aquellos que esperan, demasiado rápido para aquellos que tienen miedo, demasiado largo para aquellos que sufren y demasiado corto para aquellos que son felices”. Sin duda, entendí que yo soy parte de este último grupo.

6.- He aprendido la destreza de (bien-) gestionar el poder. A convertir mi posición de poder en clase (como profesora, representante de una prestigiosa institución como Los Andes, como doctora…) en material para fraguar una relación de respeto entre profesora y alumnos. De este modo, muchos estudiantes se han convertido en compañeros de conversación, en compañeros de almuerzos e incluso de rumbas.

7.- He aprendido la difícil habilidad de la auto-crítica. A aceptar mi sorpresa cuando los estudiantes no reaccionaban como yo esperaba a la “gran pregunta” con la que yo había decidido iniciar un tema. Para mí era la mejor y más interesante forma de abordarlo pero, al parecer, para muchos de ellos no. Aquí ustedes me educaron en el pensamiento crítico y en el pluralismo que yo tantas veces había pregonado en clase. Me obligaron a re-pensar mi gran pregunta, el enfoque para mí interesante y a integrar como un caleidoscopio una reflexión compleja por plural y, si no, una reflexión políticamente responsable por tener que evidenciar “desde dónde hablaba yo”.

Todos estos aprendizajes que les debo a 5 años de convivencia, han contribuido con aportes muy significativos a eso que, al principio de estas palabras, denominaba sabiduría de vida. Y cierro mi decálogo con 3 grandes lecciones en las que ustedes me han educado para la vida más allá de las aulas y del recinto de esta universidad:

8.- He aprendido a reflexionar sobre mi espacio y mi tiempo, la era que me ha tocado vivir, siendo un síntoma de estos ese pequeño espacio de las aulas que nos congrega a la misma hora todas las semanas.

9.- He aprendido a tomar conciencia sobre mi inserción en el mundo y qué se puede aportar a la sociedad desde el espacio de la educación universitaria.

10.- He aprendido a ser más libre. Ustedes me han educado, a través de todos estos elementos, en este ilustre sentir.

Muchas gracias y no olviden nunca su capacidad de impactar en las personas que les rodean, de dejarles huella. Por ello, confío en que, en esta nueva etapa de sus vidas, continuarán siendo capaces de marcar, transformar positivamente a muchas personas, como lo han hecho conmigo.

*Discurso pronunciado por la profesora Ángela Iranzo en la celebración de los graduandos, 29 de marzo de 2016.