Editorial

La marcha del 2 de abril: Mentiras y demagogia

El ambiente está supremamente enrarecido en lo que podría ser la recta final del proceso de paz. No solamente se frustró el propósito de finiquitar los acuerdos de paz el 23 de marzo, sino que el Centro Democrático (CD) convocó a una marcha programada para el próximo 2 de abril, con el fin de protestar por lo pactado entre el gobierno de Santos y las FARC.

Los ataques del CD en contra del proceso de paz rayan en lo incomprensible. Siguen con el disparate de que Santos está “entregando el país al castro-chavismo” lo que simplemente no se compadece con la evidencia disponible. Santos ha tenido muchos aciertos en las negociaciones de paz. No por su extraordinaria sabiduría, sino porque desde el comienzo formó un equipo negociador con personas competentes y confiables, y además se asesoró con expertos de las más altas calificaciones (entre otras, el profesor William Ury de Harvard y el exministro de relaciones exteriores de Israel, Shlomo Ben Ami).

A la fecha ya se han negociado la mayoría de los temas de una agenda acotada y razonable, que en nada pone en peligro a la democracia colombiana o a la economía de mercado. Para cualquiera que se tome el trabajo de leer los acuerdos parciales alcanzados hasta ahora, es evidente que el gobierno no ha entregado (ni mucho menos) el país a la guerrilla. Y si la negociación nos llevara a la debacle del comunismo, sería imposible explicar por qué el proceso de paz ha contado con el apoyo continuo del gobierno de Estados Unidos, de la Unión Europea, del Papa y del grueso de la comunidad internacional.

Pero el CD se empeña en asustar a la gente, a veces magnificando la amenaza de las FARC. Según ellos, si se permite que las FARC se incorporen a la democracia, Colombia acabaría (inevitablemente) en las garras del “castro-chavismo.” ¿Cómo y a cuenta de qué va a ocurrir eso? Ese es un misterio que pone en evidencia las contradicciones del discurso uribista. Los dirigentes del CD siempre han caracterizado a las FARC como “un puñado de narco-terroristas” que sólo han victimizado sistemáticamente al pueblo colombiano. Si eso es así, ¿Por qué el CD teme que a futuro los ciudadanos voten masivamente por el partido que formen las FARC? Lo coherente sería esperar todo lo contrario: que los votantes castiguen en las urnas al partido de la guerrilla, que acabaría siendo un grupo muy marginal. Ese es el escenario más probable, a pesar de los fantasmas creados por el CD.

Otras veces, el CD parte del supuesto contrario: da a entender que las FARC realmente no representan ninguna amenaza para los colombianos. Tanto es así que, según ellos, aunque no pudimos derrotar a las FARC al cabo de más de cincuenta años de guerra, podríamos lograr algo equivalente con una negociación de paz sin concesiones y que culmine con los guerrilleros metidos en el calabozo. Eso es lo que se desprende del discurso “moralista” del CD, según el cual lo único aceptable es la “paz sin impunidad.”

No obstante, dicho planteamiento es demagógico: toda paz negociada tiene un costo. El hecho de que el gobierno haya construido un modelo de justicia transicional que incluye una dosis de impunidad para los guerrilleros que se desmovilicen (y también para las fuerzas del establecimiento que hayan cometido crímenes de guerra) simplemente nos pone a la par de otras instancias de justicia transicional que ha habido en el mundo.

La “paz sin impunidad” no existe. Si no se ha dado en tantos casos de “justicia de vencedores”, mucho menos aplica a las soluciones negociadas a los conflictos armados. El CD ha divulgado la falsa noción de que podríamos ganar por todo lado. Pero una negociación sin algunas concesiones a la guerrilla sería totalmente inviable: nacería muerta y nos condenaría a seguir indefinidamente en la guerra.

Una gran paradoja es que con su discurso a favor de la “paz sin impunidad,” el CD posa de adalid de la justicia, pero a la vez lleva al país a la perpetuación de la guerra que es (sin duda) “la madre de todas las injusticias”. La impunidad (o sanciones blandas) para las FARC será indeseable, pero es mucho peor prolongar indefinidamente el conflicto armado, con su secuela de asesinatos, atentados, destrucción, desplazamiento forzado, secuestros y demás. Si seguimos en las mismas, entre más se multipliquen las víctimas con la guerra, más impunidad va a haber en el futuro.

La marcha del 2 de abril convocada por el CD será un pulso más frente al proceso de paz. Puede que a punta de discursos incendiarios el CD convenza a mucho incauto y moralista ingenuo. En lo que francamente no creo es en la ingenuidad y moralismo de los líderes del CD. Ellos deben estar más que conscientes de que la amenaza castro-chavista es una fantasía, y que para efectos prácticos la “paz sin impunidad” es inviable y sólo sirve para hundir las negociaciones de La Habana.

En todo caso, perpetuar la guerra tiene un sentido. La guerra perjudicará a muchos, pero también es un gran negocio para algunos sectores. ¿Cómo hacer para que la defensa de ésos intereses parezca legítima? Asustando con la paz. Se necesita mucha demagogia para que la misma gente que ha padecido en carne propia las consecuencias del conflicto armado avale (a pesar de todo) la continuación de esta costosa guerra. Eso también lo deben saber los líderes del CD, aunque no lo reconozcan.