Editorial

Entre el 29 de septiembre y el 1 de octubre se llevará a cabo un evento organizado por las Universidades de los Andes y Externado de Colombia titulado “50 años de regreso a la democracia”. Este evento tiene como propósito presentar nuevas miradas académicas sobre el Frente Nacional al tiempo que celebra los cincuenta años del retorno a la democracia en Colombia. Repasar un período de la historia política de Colombia como el Frente Nacional es de la mayor relevancia, máxime cuando entre los colombianos hizo carrera la idea de que el pacto frentenacionalista causó buena parte de los problemas políticos que la sociedad colombiana ha enfrentado durante las últimas décadas. En efecto, ese periodo de la historia política colombiana estuvo marcado por restricciones importantes a la competencia política y fue durante esos mismos años que emergieron importantes grupos guerrilleros como respuesta a esas restricciones. Sin embargo, el Frente Nacional garantizó la alternación pacífica del poder y promovió cierta estabilidad económica, alejando a Colombia del camino de autoritarismo e incertidumbre económica que enfrentaron numeroso importante de países de la región.

Como mencioné anteriormente, el evento, además de proponer una reflexión sobre el Frente Nacional, celebrará -de manera un poco tardía- cinco décadas de democracia en Colombia, evitando así que este suceso pase casi inadvertido. Sin embargo, al tiempo que se recuerda el regreso a la democracia, es necesario empezar a hacer una reflexión seria sobre el futuro de la misma. Esto es crucial pues los colombianos funcionamos bajo el supuesto de que vivimos en una democracia cuya supervivencia está garantizada. Evidentemente ese supuesto se fundamenta en cinco décadas de estabilidad política que se iniciaron con el pacto del Frente Nacional. Y es claro que en Colombia, a diferencia de lo que pasa en el vecindario, hay libertad de prensa, la oposición, aunque débil, no es víctima de fuertes persecuciones políticas, todavía podemos practicar el deporte que se nos dé la gana, y no hay que uniformarse para ir a oír al presidente.

Sin embargo, y desafortunadamente, el supuesto de la estabilidad de nuestra democracia habría que empezar a relajarlo, pues son muchos los síntomas de su debilitamiento. Una lista de los obvios, no por triviales sino por plenamente conocidos, incluyen la alteración del sistema de pesos y contrapesos, los “falsos positivos” y las interceptaciones telefónicas ilegales. Aquí alguien podrá decir que Colombia ha convivido con ese tipo de situaciones y no por eso se alejó de la democracia. Aunque ese argumento no es del todo convincente, podría aceptarse en gracia de discusión. Lo preocupante es que a los anteriores se suman elementos adicionales que ponen en evidencia el futuro incierto de la democracia colombiana. Dentro de ellos la posibilidad de una nueva reelección del actual presidente es sin duda el más relevante.

Ante el eventual tercer mandato del presidente Uribe no solamente se consolidaría la personalización del poder político en Colombia -con lo que nos terminaríamos de acercar al estilo político de nuestros vecinos, al menos en algo coincidimos-, también se profundizaría la alteración de los equilibrios institucionales y, lo más importante, se rompería un principio básico del funcionamiento de una democracia moderna: la alternación del poder político. Como lo propuso lúcidamente hace dos décadas Adam Przeworski, la democracia es un régimen político en el que existe certidumbre sobre las reglas de juego e incertidumbre sobre los resultados de la competencia política. En Colombia parece que estamos llegando a una situación en donde la incertidumbre se da en el terreno de las reglas de juego, mientras que en materia de competencia política sabemos casi con total certidumbre la identidad del ganador. En síntesis, creo que es el momento de tomar en serio la pregunta por la democracia colombiana, particularmente por su carácter actual y sus posibilidades futuras.