Editorial

Sus efectos son extremadamente violentos: la raza empuja a zonas de subhumanidad a pueblos enteros a partir de la línea de color, al tiempo que deshumaniza al sujeto colonial al trastocar su capacidad de sentirse relacionado con el Otro. Considero entonces que el pensamiento decolonial aporta valiosas herramientas para responder al desafío que implica la formulación de un PDI para la facultad.En primer lugar, el pensamiento decolonial lleva a preguntarnos por el papel que ha jugado la academia en la (re)producción de la raza. Autores como E. Saïd, R. Segato o B.S. Santos han mostrado de manera contundente la existencia de un “racismo epistémico”, en donde la universidad ha jugado un papel activo al excluir de sus programas saberes que no corresponden al canon eurocéntrico y al impedir la participación de estudiantes y profesores pertenecientes a pueblos históricamente racializados. Sin embargo, esta lógica racial que atraviesa la universidad es sistemáticamente ocultada y negada, pues es constitutivo del mecanismo racial producir su propia forclusión. El primer antídoto entonces contra esta política colonial de la ignorancia radica en poner en el centro de la discusión sobre la universidad el tema racial. Esto nos llevaría a ver que la poca diversidad que se constata en la educación superior no es resultado del azar, sino que corresponde a un diseño político que hunde sus raíces en nuestra historia colonial y que, por lo tanto, puede y debe ser transformado. Podríamos entonces ver que para crear una universidad verdaderamente democrática y plural es necesario reorganizar el acceso a la educación, incentivando la participación de personas pertenecientes a comunidades indígenas, negras y campesinas. Pero garantizar la mera participación sería no sólo insuficiente sino incluso contraproducente, pues significaría formar a partir de marcos que han jugado un papel determinante en la reproducción de estructuras de exclusión; es por esto que el marco universitario debe ser simultáneamente transformado. Esto significaría repensar los programas y la perspectiva a partir de la cual se abordan sus contenidos, así como las preguntas que consideramos urgentes otorgando un lugar central al tema racial. Descolonizar la universidad significaría también entender que lxs estudiantes de comunidades históricamente racializadas “no vienen solo a aprender, sino también a enseñar” (Segato) porque han sido socializadxs dentro de marcos epistémicos desconocidos en la universidad occidental y de los cuales podemos aprender a través de sus voces.Finalmente, la perspectiva decolonial nos permitiría reconocer que el problema racial no afecta solamente a las personas pertenecientes a grupos racializados; sino que incluso quienes creen estar en una posición de privilegio en el Sur son víctimas de la estructura racial. Esto se explica porque hay una división mundial del trabajo intelectual, en donde las producciones de la academia del Sur son subvaloradas con respecto a las producciones del Norte; se produce así un deseo alienado en lxs intelectuales del Sur, pues buscan sin paz ni tregua acogerse a los criterios de producción impuestos desde el Norte. Si no integramos una perspectiva decolonial de manera transversal, continuaremos reproduciendo una de las tantas paradojas de nuestras sociedades (neo)coloniales; a saber, la creación de instituciones de conocimiento que producen activamente el desconocimiento de sí y de los otros.