Por: Felipe Sánchez Posada
Sin embargo, la primavera social ha dejado de ser un movimiento local y se ha extendido a muchos países latinoamericanos, donde se han recogido las exigencias sociales y políticas que diez años atrás se defendieron en la primavera árabe. El estallido social que movilizó a miles de personas en los países árabes, y que puso en jaque a los gobiernos autoritarios de la región, configuró un nuevo orden político — internacional que reveló las debilidades de los gobiernos no democráticos. Asimismo, se hizo evidente que la ciudadanía enfrentaba grandes retos para construir el curso de sus destinos políticos y para hacer frente a la situación regional. Aunado a los retos enfrentados por la ciudadanía, la comunidad internacional encontró la necesidad de establecer un equilibrio en la región. Estas repercusiones, que se hicieron evidentes tanto a nivel regional como global durante la primavera árabe, resuenan hoy en día con la situación política y social de los países latinoamericanos. Tras una década de las masivas manifestaciones que se extendieron en el mundo árabe durante 3 años, la comunidad internacional contempla hoy una nueva explosión social; la podríamos llamar ‘primavera latinoamericana’.
Si bien se pueden establecer diferencias entre la primavera árabe y la actual en Latinoamérica, las similitudes entre estos estallidos sociales superan con creces dichas diferencias. Un ejemplo de estas discrepancias entre los eventos mencionados es la naturaleza de las manifestaciones que tuvieron lugar diez años atrás en los países árabes, que buscaban una transición democrática para superar regímenes autoritarios; mientras que en Latinoamérica explotó un descontento social ante regímenes democráticos con tintes autoritarios, que cada vez más demostraron debilidades estructurales para atender las demandas de una sociedad cambiante y creciente.
Es decir que, durante la última década, los países latinoamericanos han vivido un súbito sacudimiento de sus bases democráticas en busca de mayor igualdad y garantías para comunidades olvidadas. Es por esta necesidad de exigencias particulares que las instituciones más representativas de la democracia latinoamericana se han visto cuestionadas por diversos y potentes movimientos sociales que han recogido causas colectivas entre los habitantes de una región enardecida por décadas de violencia e inestabilidad política y social.
Un caso revelador de este estallido social en la región es Venezuela. En 2017 los medios de comunicación internacionales, dando voz al líder Juan Guaidó, llamaron a jornadas de protesta contra el presidente Nicolás Maduro en Venezuela. Estos eventos son conocidos como la rebelión de abril o la primavera venezolana. Las masivas protestas en contra del gobierno ilegítimo de Venezuela retumbaron en las relaciones multilaterales de la región y determinaron la exclusión de Venezuela en los escenarios políticos internacionales. Años después, y tras un intento fallido de las manifestaciones para acabar con el régimen autoritario de Maduro, se desencadenó una de las crisis sociales y humanitarias más despiadadas del siglo. Esto amplificó la ya multitudinaria diáspora de venezolanos en todo el mundo, que se dirigían en especial hacia los países vecinos.
Otro ejemplo claro es el estallido social en Chile en 2019. Este empezó con manifestaciones localizadas en Santiago por el alza en los pasajes del metro de la ciudad y más adelante se desencadenó uno de los estallidos sociales más importantes y memorables del siglo XXI en Latinoamérica. La transición de pequeñas manifestaciones a un movimiento masivo se asemeja en gran medida a las condiciones evidenciadas hace diez años antes durante la primavera árabe. Las estructuras sociales y políticas que se denunciaban por los protestantes en Chile se han develado como hijas de un ordenamiento social y constitucional nacido en los primeros años de la dictadura de Pinochet y fueron las causantes de una gran brecha de desigualdad y pobres condiciones de vida. A diferencia del caso venezolano, las manifestaciones chilenas dieron como resultado una asamblea constituyente que, a los ojos de los ciudadanos, representaba una nueva oportunidad de construir una sociedad más igual y justa. No obstante, revocar el mandato del presidente Sebastián Piñera les fue imposible; pues, tras la presión que generaron estas protestas, el presidente cedió el discurso y abrió el gobierno a un diálogo nacional con los ciudadanos.
El caso chileno es interesante porque ha dado pie a resaltar la existencia de un efecto difusión que permitió a sus vecinos latinoamericanos organizarse para realizar demandas sociales muy concretas. Es insuficiente creer que este efecto de difusión, del que se habló tanto durante la primavera árabe, explica la serie de manifestaciones sociales en el subcontinente, porque la naturaleza de sus reclamos se dio en contextos políticos y sociales domésticos. Pero, sí se puede afirmar que el ambiente político de la región y las dinámicas globales del mundo contemporáneo incentivaron la masificación de estas luchas sociales. Los mecanismos de protesta y la re-configuración de las prácticas de revuelta social que se establecieron durante el estallido en Chile fueron determinantes para la práctica de protesta posterior en el resto de la región. En este sentido, las jornadas de protesta que tuvieron lugar en Chile durante el año 2019 recogieron gran parte de los mecanismos utilizados durante la primavera árabe. No obstante, este estallido también es un reflejo de experiencias foráneas de protesta más recientes aún, como las protestas de Hong Kong a inicios del mismo año. Algunas de las principales características comunes a ambos estallidos son: el uso de las redes sociales, la cohesión de la ciudadanía urbana y las prácticas de cuidado mutuo.
Por otro lado, en 2018 Colombia vivió el movimiento estudiantil más grande en su historia, que paralizó al recién posesionado gobierno de Iván Duque y lo obligó, tras largas jornadas de movilización de miles de estudiantes y maestros, a refinanciar un modelo de educación que constitucionalmente depende de las regalías de extracción de petróleo. En noviembre de 2019 Colombia vivió un paro nacional que pasaría a la historia como el más grande e importante de su historia reciente. Es decir, incluso más poderoso que el paro cívico de los años 70, en el contexto del estatuto nacional de seguridad de Turbay. El paro del 21N (21 de Noviembre de 2019) representó una sociedad que reclamaba demandas urbanas y que vivía el posconflicto en medio de la polarización y la retroactividad de los acuerdos de paz firmados en 2016. Entre dichas demandas se exigía una mayor inversión en el sistema de educación pública, la abolición del ESMAD y otras reivindicaciones como la relacionada con el movimiento feminista. Al igual que en el caso chileno, las prácticas de protesta estuvieron estrechamente relacionadas con otras vistas anteriormente como las convocatorias a través de redes sociales y las acciones de cuidado mutuo.
En cuanto a las repercusiones de la primavera latinoamericana en el cono sur, se puede mencionar al movimiento feminista argentino, que se consolidó como uno de las más relevantes del mundo. Este luchó desde el 2018 por la despenalización del aborto y llamaba la atención sobre el aumento significativo de la violencia en contra de la mujer. Uno de los mayores logros de este movimiento se dio en 2021, cuando se aceptó la despenalización total del aborto en el congreso. Este movimiento, así como el de Chile, abrió espacios de manifestación para movimientos feministas en otros países de la región desde sus primeras apariciones en 2017. Dos ejemplos claros de esta influencia feminista fueron México y Colombia, países en los cuales se hizo viral uno de los himnos protesta más memorables del movimiento colectivo Las Tesis, de Chile: “un violador en tu camino” en 2019.
Otros países latinoamericanos como Bolivia, Perú y Puerto Rico hicieron parte de esta primavera latinoamericana que desafió los cimientos sociales y políticos de sus instituciones semi-democráticas. Esto es indicio de una crisis institucional y social que viven los países latinoamericanos debido a regímenes inestables y precarios. Dichos regímenes se encontraron con una ciudadanía urbana motivada por nuevos intereses sociales y políticos con ambición orientada al desarrollo de libertades políticas y luchas reivindicativas como el feminismo, el ambientalismo, el movimiento estudiantil y el activismo por los derechos humanos.
Es aquí donde se puede plantear una nueva similitud entre la primavera árabe y la latinoamericana. Hace diez años, la primavera árabe dejó pocos resultados tangibles y mucha incertidumbre. Solo Túnez y Egipto lograron transiciones democráticas que aún siguen en construcción. Por su parte, Siria, Libia y Líbano, entre otros, sufren conflictos y crisis que se extienden indefinidamente. Al igual que sucedió en los países árabes hace diez años, hoy en día es un reto para las ciudadanías latinoamericanas lograr cambios importantes en las dinámicas políticas y sociales de sus países. Esto, sin duda requiere largos procesos de transformación política y social que no tienen precedentes en ninguna de las dos regiones.
Lo cierto es que las primaveras no cesan de aparecer: en Asia países como Tailandia, y Birmania viven un despertar ciudadano en medio de regímenes no democráticos; Estados Unidos vivió en 2020 un estallido social que paralizó al mundo al ver como uno de los países democráticos más importantes se sumía en la violencia en nombre de la reivindicación de los derechos de los afroamericanos en un sistema con arraigada desigualdad estructural. El viejo continente no se queda atrás, en especial en países como Bielorrusia y Polonia, donde el surgimiento de grupos de extrema derecha han movilizado a la ciudadanía a masivas protestas sociales que chocan entre sí. Mientras tanto, en Europa occidental las protestas separatistas de Escocia en Reino Unido y Cataluña en España significan un reto a los regímenes democráticos históricamente estables.
Para concluir, las explosiones sociales tanto de la primavera árabe como de la primavera latinoamericana reflejan prácticas de protesta semejantes que se enfrentan a regímenes políticos inestables. Además, las herramientas traídas por la tecnología y la globalización han sido efectivamente integradas a estas prácticas de protesta, re-configurando los mecanismos de manifestación social. Por último, cabe destacar que es por estos motivos que el mundo en el que vivimos hoy traerá repercusiones históricas. A los colegas politólogues y a quienes se interesen en estos temas de movimientos sociales y protesta política, solo queda decirles que la gama de análisis es amplia y que no podemos negar que los tiempos que vivimos hoy son de extrema importancia para comprender lo que pasará en el futuro político y social de nuestras naciones contemporáneas, fruto de las nuevas primaveras sociales.